EDITORIAL
Descarnada estampa en el edén del pillaje
Las declaraciones en anticipo de prueba que durante tres días ha ofrecido Juan Carlos Monzón, ex secretario privado de la exvicepresidenta Roxana Baldetti, describen uno de los cuadros más sombríos de la administración pública, y de manera especial cómo en el proyecto político de Otto Pérez el ejercicio del poder significó una práctica vergonzosa de pillaje y abuso.
Hasta las posibilidades de ficción se quedan cortas al conocer detalles de un entramado que desnuda el funcionamiento de un régimen paralelo, al que quizá dedicaban mayor tiempo, para administrar negocios ilícitos capaces de producir ganancias insospechadas que hasta llegaron a representar un serio problema para su almacenaje.
En cualquier área que uno se pudiera imaginar existía una virtual cooptación de las instituciones y así la mayoría de ellas fueron sometidas a un inmisericorde saqueo e incluso algunas otras fueron concebidas con el único objetivo de convertirlas en entidades clientelares. Hasta los proyectos de ayuda social fueron utilizados para manipular a votantes, como también ocurrió con el reparto de fertilizantes.
El relato de Monzón se convierte en la parte complementaria de una generalizada percepción sobre el manejo canallesco de la administración pública y en este caso proporciona detalles sobre versiones que desde los mismos inicios del régimen patriotista circulaban, las cuales daban cuenta de un galopante modelo de enriquecimiento ilícito que nunca pudieron explicar de manera convincente los sindicados.
También se ratifica que la corrupción es uno de los mayores problemas para Guatemala, porque a todas luces resulta obvio que esa práctica no había empezado con los patriotistas, sino más bien con ellos la desvergüenza llegó a niveles de absoluta insania y que ese modelo pudo haberse consolidado, de no haber sido por el accionar de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala y el Ministerio Público.
Nadie creyó, por supuesto, que el rápido enriquecimiento y la acumulación de propiedades de las máximas figuras del extinguido Partido Patriota pudieran provenir de la venta de vegetales o de una fábrica de shampú, como Baldetti tuvo el descaro de asegurar en más de una ocasión respecto de su fortuna, ni mucho menos que alguno de ellos pudiera ser un próspero empresario.
Pérez y Baldetti solo llevaron el modelo a límites descabellados, de absoluto descaro, y en su gestión se evidenció el más absoluto desprecio por quienes una vez más habían creído en ofertas politiqueras que nunca formaron parte de alguna agenda de trabajo, pues aun desde la misma campaña electoral había empezado la rapiña y el aprovechamiento de los generosos e interesados recursos de los financistas.
En el imaginario nacional también está claro que ese modelo persiste y que otros son los protagonistas, y que quizá solo sea cuestión de tiempo para que nuevos ecos o monzones impulsen vientos de denuncia sobre la perversión de un sistema diseñado para el saqueo y el enriquecimiento gangsteril, en perjuicio de miles de guatemaltecos que viven en permanente agonía, sin que el brazo gubernamental asuma con dignidad sus obligaciones.