Día de difuntos

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 Los deudos visitan las tumbas de los parientes fallecidos. Cuando van a la iglesia participan en la liturgia que celebra a los santos en la gloria del cielo. Las familias se reúnen a celebrar la vida, sea en casa compartiendo el fiambre, sea en el cementerio saboreando el atol de elote y el ayote en miel junto a la tumba de los antepasados. Frente al hecho de la muerte, la vida triunfa con la esperanza de la eternidad.

Los funerales guatemaltecos son de los más alegres que hay. Se congregan parientes y amigos que de otro modo nunca se verían. Se comparte la comida y, sobre todo, en el área rural, hay para todos, en todos los tiempos de comida durante el velorio. Además de los cantos religiosos que acompañan los rezos, se cantan las canciones preferidas del difunto, y si hay dinero, los mariachis acompañan el cortejo al cementerio. Abundan las flores. Y en algunos cementerios las tumbas pintadas de los colores más variados son una explosión polícroma bajo la luz del sol. Son funerales en los que trasluce la seguridad de que la muerte no anula el sentido de la vida, sino que es la puerta a la plenitud que Dios otorga a sus fieles.

La fe católica afirma que los difuntos mantienen su identidad más allá de la muerte. Por eso es posible la comunicación espiritual entre quienes vivimos en este mundo y los creyentes que ya han fallecido. Muchos de ellos ya han alcanzado la plenitud de la vida en Cristo. La Iglesia identifica a algunos pocos y los declara santos. En cuanto a la multitud sobre quienes la Iglesia no se pronuncia, enseña que formamos una misma comunidad de creyentes y nos podemos ayudar mutuamente. Ya sea que nosotros solicitemos el apoyo de su intercesión, sobre todo cuando tienen fama de santidad; ya sea que los apoyemos en su proceso de purificación después de la muerte; ya sea que ellos nos ayuden a nosotros con su oración para que hagamos bien nuestro camino antes de morir.

En una ocasión, los saduceos, que no creían que hubiera vida ni resurrección después de la muerte —como no pocos en nuestro tiempo—, le plantearon a Jesús un caso hipotético según el cual la fe en la vida después de la muerte sería un absurdo. Jesús les respondió con candidez y contundencia. Recordó cómo en el libro del Génesis, Dios se identifica como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Para Jesús esa expresión no significaba que Abraham, Isaac o Jacob hubieran tenido fe en Dios cuando vivieron sobre la tierra. Sino que ahora, cuando ya habían muerto a este mundo, seguían vivos ante Dios de modo que Dios se podía presentar como su Dios. Dios no es Dios de muertos, sino de quienes están vivos.

Esa es la fe que permite mirar la muerte con esperanza y es nuestra salvación.

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