LA BUENA NOTICIA
Dios misericordioso
El papa Francisco ha convocado a la celebración de un Jubileo de la Misericordia, que se iniciará en diciembre. El Papa cree urgente celebrar y recordar que la misericordia es el rasgo más singular del Dios cristiano. La santidad de Dios se manifiesta más claramente, no en su majestad, en su poderío, en su grandeza, sino en su misericordia. Esa es su capacidad de compadecerse, de inclinarse hacia el hombre pequeño, usualmente pecador, otras veces extraviado, para darle la mano y levantarlo. Cristo es la revelación de esa misericordia divina, y por eso buscó a los pecadores para ofrecerles la conversión, se inclinó sobre los enfermos para sanarlos, pero supo mostrar misericordia también hacia los soberbios denunciando que la autosuficiencia es falaz.
En la bula de convocatoria al Jubileo, el Papa hace una amplia exposición de la enseñanza bíblica sobre la misericordia de Dios. Pero luego se dirige a los pecadores de hoy para decirles que Dios sigue ofreciendo su perdón a quien se arrepiente y se convierte. Destaca dos pecados, que son la lacra mayor de la sociedad contemporánea: el crimen organizado y la corrupción. Copio sus palabras, porque cualquier paráfrasis las enerva: “Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida. Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que este sea”. Y luego a renglón seguido añade: “La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social”. Son los únicos delitos que el Papa denuncia y sus perpetradores son los únicos a quienes invita a recibir el perdón de Dios y someterse a la justicia humana. “Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia”.
Esos dos males afligen a Guatemala. La crisis política en la que transitamos se debe precisamente a que por fin, lo que todos sospechábamos, se hizo patente en acusaciones concretas de corrupción contra personas en instituciones del Estado. Pero como hemos señalado los obispos, lo que se ha denunciado es solo la manifestación visible de un mal más generalizado y arraigado también en otros estratos menos visibles de la sociedad. Una sociedad sin ética y sin moral no se sostiene. La nuestra con frecuencia llama a la corrupción astucia y al crimen, muestra de poder.
Ahora hay un clamor de reformas. En realidad si un país tiene leyes con alguna deficiencia pero ciudadanos y funcionarios probos, habrá más probabilidades de que prospere que un país con leyes perfectas pero ciudadanos y funcionarios inmorales. La corrupción y el crimen siempre encontrarán la rendija legal por donde operar. Hay que cambiar leyes e instituciones. Pero sobre todo tenemos que cambiar nuestra calidad moral y ética. El Dios misericordioso nos hace la invitación y nos da la oportunidad.