El dogmatismo de Chávez
Mussolini, Hitler y Napoleón III le petit llegaron al poder electoralmente.
La democracia, para funcionar razonablemente, debe asentarse en una “cultura política”, en la cual las “reglas del juego político” sean aceptadas y respetadas por todos los actores sociales relevantes. Además, como lo afirma el politólogo italiano Domenico Fisichella en su libro Elezioni e Democrazia, en democracia los actores del sistema deben tener una actitud “negociadora” y no “dogmática”.
En democracia, los vocablos “diálogo”, “tolerancia”, “negociación” y “compromiso” son buenas palabras. El contendor debe ser reconocido y respetado, por eso las críticas deben ser ad argumentum y no ad personam.
Se enfrentan y se debaten las ideas y los programas, no las personas. En el debate democrático no debería haber espacio para el insulto, la ofensa y la descalificación, pero, sobre todo, no debe existir la deshumanización del adversario.
La deshumanización del opositor político es una característica típica de una concepción totalitaria de la política, donde no hay adversarios con quienes competir, sino enemigos que aniquilar. La deshumanización es el paso previo a la aceptación de la “permisión” de su eliminación física.
Para Hitler, el judío era un untermensch, un “subhombre”; por tanto, no tenía derechos humanos. La consecuencia fue el “holocausto”. También en la dogmática dialéctica del marxismo, el opositor no es un adversario con quien se puede negociar, sino un enemigo de clase que debe ser aniquilado. De allí los 20 millones de muertos de Stalin y el horror del Gulag —campo de concentración de la antigua Unión Soviética—.
Chávez califica a sus opositores de apátridas, “moscas”, oligarcas, ricos, escuálidos, “pitiyankis”, entre otros insultos y descalificaciones. En una ocasión, afirmó textualmente que “el rico es un animal con forma humana”.
En el mensaje de Chávez coinciden y se refuerzan tanto la dogmática clasista marxista, como la deshumanización de estirpe nazi, quizás adquirida de uno de sus “maestros” ideológicos, el nazi argentino Norberto Ceresole.
La violencia, con la cual Chávez descalifica, insulta y deslegitima a sus adversarios, recuerda el violento discurso de Mussolini contra el diputado socialdemócrata Giacomo Matteotti, discurso que fue interpretado por algunos fanáticos fascistas como una orden implícita del Duce para “castigar” a Matteotti, quien terminó asesinado “a golpes”.
Ya algunos candidatos en las elecciones primarias presidenciales de la Unidad Democrática Venezolana han sido agredidos violentamente por turbas chavistas. En la Corte Penal Internacional se ha demostrado que el discurso violento, descalificador y deshumanizante de las emisoras de radio Hutu causó, en buena parte, el genocidio de la tribu Tutsi, en Ruanda.
La vocación totalitaria del régimen chavista es evidente; sin embargo, la tradición democrática venezolana implantada, básicamente, durante los 40 años de la República Civil (1958-1999) y el descenso, “zigzagueante”, pero inexorable, de la intención de voto para el régimen, hace entrever una luz al final del túnel.