SIN FRONTERAS

¿Dónde está la mística, Minex?

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Ser trabajador, en estos tiempos, del Ministerio de Relaciones Exteriores, pone a prueba la integridad de una persona. Disciplinado, y rígidamente jerarquizado, el “Minex” no es lugar idóneo para la libertad de expresión. A los diplomáticos, la ley les impone una carrera laboral. Ordenado en rangos, el escalafón hace recordar las categorías de una carrera militar. Comparando, mientras que en esta última, es largo el camino desde soldado hasta general de división, en la diplomacia vemos también que un principiante pasa cinco largos rangos intermedios para llegar de tercer secretario a embajador extraordinario y plenipotenciario. Las carreras de servicio traen bondades, y se busca replicarlas en la burocracia pública. Y en ministerios como el del Exterior, o la Defensa, el orden jerarquizado es especialmente necesario, pues ambos reflejan posición de Estado, que es y puede ser solo una. Por ello se comprende que los diplomáticos de carrera siguen su deber civil y obedecen las directrices que desde arriba les envían. Pero en la medida en que se desenvuelve el trágico momento que viven los más vulnerables, crece un clamor por ver acciones más patrióticas de quienes están dentro de la institucionalidad, que desafíen la perversidad que se impone contra los evidentes intereses de la Nación.

Guatemala es un país que vive entre el desastre humanitario y el luto. Y de manera particular, nuestra diplomacia tiene roles que cumplir, por la necesidad de relacionamiento internacional que surge de estas situaciones. Uno de esos roles es acercarse a sus socios políticos internacionales y exponer la verdad de lo que sucede adentro. Países amigos que reaccionan para evitar que los desastres sean mayores. Pero, consistentemente, vemos que nuestra posición oficial ha sido de negación y ocultación de verdades evidentes. Sucedió con la tragedia del Volcán de Fuego, donde el Gobierno subregistró las pérdidas humanas, enterrando bajo cenizas la vergüenza de su inapropiada gestión. Otro rol fundamental de la diplomacia es actuar como Estado, en protección de sus nacionales que sufren vejámenes en el exterior. Pero hoy mismo, en más de cien centros de reclusión en territorio estadounidense, hay cientos de niños guatemaltecos sin ninguna compañía y presos, tras haber sido víctimas del fallido plan migratorio conocido como Tolerancia Cero. Pero a pesar de los tratos inhumanos que se denuncian, y de que muchos están en riesgo de quedar perdidos para siempre, la Cancillería se ha limitado a maquillar la catástrofe de manera mediática, omitiendo reacciones necesarias que la responsabilidad impone: a) Abrir un protocolo de registro de padres deportados, para facilitar la reunificación; b) Hacer público un mecanismo para que se acerquen los afectados; c) Modificar el acompañamiento diplomático que se ha dado a un régimen adverso al interés de sus nacionales; d) Hacer pública la denuncia de lo que sufren las familias migrantes.

La carrera diplomática ha permitido que sus trabajadores acumulen largas trayectorias, generando relaciones cercanas, que derivan en un ambiente de proteccionismo entre compañeros de trabajo. Los defensores de la Cancillería dicen que ahí se vive y trabaja bajo una “mística de trabajo”. Pero en la medida en que los objetivos ministeriales se han alejado de lo humano y del interés nacional, el silencio de los diplomáticos de carrera se ha convertido en cómplice. La lealtad debe ser hacia el país y sus ciudadanos, no hacia la entidad, o sus carreras personales. En tiempos de la Cancillería de la señora Sandra Jovel, cuando el orgullo y moral institucional vuelan en lo más bajo, ¿Dónde está esa afamada mística? Me pregunto.

@pepsol

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