EDITORIAL
Cada lectura cuenta
Con frecuencia, ciertas mentes obtusas menosprecian el poder de la creación literaria en la configuración de identidad, valores y convicciones nacionales. Sin embargo, la historia demuestra que las expresiones en poesía, prosa, dramaturgia y combinaciones creativas de grafía con artes visuales no solo representan un potencial de liberación de sentimientos, sino un factor de cohesión, reflexión y consolidación de ideales.
Lamentablemente, el fomento de la imaginación desde corta edad suele verse afectado a causa de limitaciones en el material didáctico disponible en los centros escolares, falta de criterios para el aprecio de la literatura por parte de los docentes o, incluso, la concentración del tiempo escolar en ciertas materias que podrían considerarse de mayor prioridad en el desarrollo psicomotor o cognitivo. Por supuesto, no se trata de una situación generalizada y existen planteles en donde el tiempo dedicado a la lectura de relatos o versos adecuados a la edad escolar constituye una actividad con tiempo propio.
Es común escuchar en estos tiempos a padres de familia e incluso maestros quejarse acerca del déficit de atención de los estudiantes, generado a veces por el uso del teléfono celular, el bombardeo de estímulos en video o por efecto de videojuegos consumidos sin mayor supervisión adulta. Ante este desafío, la literatura parece una solución demasiado lenta, casi desfasada y con poco atractivo lúdico, pero esto es solo una apariencia inicial. Con la motivación y las técnicas adecuadas de enseñanza puede llegar a convertirse en un hábito de lectura y también de pensamiento creativo que también genera disfrute, además de mejor capacidad de reflexión, razonamiento y empatía.
Estas reflexiones surgen a partir de algunos diálogos sostenidos durante el festival literario Centroamérica Cuenta. Escritores de Guatemala y de otros países exponen con elocuencia las posibilidades intelectuales, pero también la viabilidad productiva de los textos creados con finalidad estética. Manifestaciones como la música, el cine y la misma comunicación digital se ven enriquecidas cuando hay lecturas variadas.
Desafortunadamente, la literatura infantil tiene muy poca atención por parte de las autoridades, y la producción de nuevas obras cuenta con escaso apoyo. Además, este género se encuentra a menudo con el peligro de verse encasillado en creaciones plagadas de diminutivos y lugares comunes, pese a que la multiculturalidad guatemalteca puede aportar inimaginables temáticas, personajes y tramas aptas para públicos infantiles y juveniles.
La importancia de encuentros regionales como el mencionado radica en que posibilitan la difusión de obras y editoriales en toda la región. Pero se necesita del papel proactivo de los Estados, para descubrir nuevos talentos, promocionar sus publicaciones y eventualmente patrocinar ediciones de alto tiraje que permitan llevar la literatura en idiomas locales a las escuelas más lejanas, en donde a menudo un libro es un artículo prohibitivo. Este tipo de inversión cultural denota la veracidad de una política oficial proclive a la libertad de expresión y al enriquecimiento intelectual de las nuevas generaciones. Lastimosamente, las realidades, asignaciones y descuidos evidencian lo contrario.