EDITORIAL
De ser buenos diputados ni campaña necesitarían
Ala recurrente improductividad, cortoplacismo y extravíos de la alianza legislativa, que ya de por sí son conceptos onerosos por su costo de oportunidad, se suma el desperdicio de recursos tributarios en compras opacas, inútiles y hasta estrafalarias. Buena parte de esos gastos, que incluyen remodelaciones de oficinas, mobiliario y electrodomésticos, se erogan con la venia de diputados que buscan la reelección o están nominados para otros cargos.
Estamos en la época en que más sale a relucir la acostumbrada desidia de representantes distritales que ahora pasan la mayor parte del tiempo tratando de excusarse o escondiéndose de sus electores y buscando el favor de otros incautos mediante el transfuguismo o la mudanza a listas nacionales en espera de un empujón facilitado por la inercia electoral.
A lo largo de las directivas oficialistas de Allan Rodríguez y Shirley Rivera, la desconsideración por los recursos públicos ha sido una constante. Sin embargo, en este momento se registra un epítome del despilfarro, puesto que a pesar de la inasistencia de legisladores a comisiones de trabajo y la reducción de plenarias, siguen los mismos gastos en alimentos, combustible, bebidas, boletos aéreos y hasta papel sanitario. Tales abastos durante el adelantado receso de sesiones invitan a cuestionar quién utiliza dichos recursos y a sospechar de eventuales robos hormiga. Otra posibilidad es que parte de los fondos públicos estén siendo empleados en la campaña electoral de bancadas y representantes. Pero nadie en el Congreso tiene el valor civil de requerir mesura y respeto por el erario, un aspecto que la ciudadanía debería tomar muy en cuenta a la hora de emitir el sufragio.
Ya se trate de tránsfugas o de repitentes con el mismo partido, los primeros nombres de las listas de candidatos a diputados son los que mayor probabilidad tienen de ser electos el próximo 25 de junio. Por eso son los lugares más apetecidos y también más caros en la lotería de las curules. No obstante, hay nombres y apellidos de congresistas que ya son sinónimo de desvergüenza, componendas y mentiras descaradas. Esa era la verdadera razón detrás del fallido intento de 16 partidos por retirar los nombres de aspirantes de las papeletas, incluidos los que se abstuvieron, porque en este caso el que calla, también avala. En la segunda votación, que restituyó las listas, se opuso el Partido Republicano, mientras que los abstencionistas en la crucial decisión fueron Prosperidad Ciudadana, Unidad Nacional de la Esperanza, Valor, Unión Republicana y Partido de Avanzada Nacional.
Tras los desengaños e incumplimientos gubernamentales de la última década, los votantes tienen una visión más clara de los patrones de conducta partidarios, así como la proveniencia de dirigentes y cuadros. La multiplicación de vehículos electoreros es un síntoma de la misma enfermedad.
La mejor campaña para parlamentarios responsables sería trabajar duro en la modernización de normas, practicar la transparencia como principio y estructurar un marco de certeza jurídica. De esta manera, no necesitarían ir a rifar o regalar baratijas ni acudir a hacerse los graciosos ni los humildes en mítines que son la única distracción disponible en las tardes de pueblo. El próximo Congreso solo podrá ser mejor si exige más decencia y menos parloteo, más inteligencia y nada de demagogia, más dignidad y cero contubernios.