EDITORIAL

Está en juego el futuro de la productividad

Durante mucho tiempo las exigencias de mejora en la cobertura y calidad educativa se han ido por el caño de las conveniencias, las indiferencias (o las ineficiencias) estatales y los pactos sindicales a escondidas, como si no importaran. Sin embargo, los tiempos pasan la factura de los omisos y este parece ser el momento crítico para el país. Estudios acerca de las oportunidades para el talento humano exhiben un déficit de personas capacitadas en áreas tecnológicas y en ingenierías digitales: dos campos en los cuales existen plazas con promisoria remuneración.

Absurdos miedos y mediocres metodologías docentes para aproximar al estudiante a las ciencias matemáticas generan una especie de aversión a las carreras que tienen esta área como prerrequisito. La creencia de que se trata de una aptitud innata y no de una capacidad preinstalada bloquea, crea rechazo y aborta vocaciones para las ciencias exactas. En el plano de la educación pública es especialmente grave la deficiencia de maestros capaces de transmitir la Geometría, la Aritmética, el Álgebra y la Física Fundamental con la suficiente entereza como para propiciar mentes frescas abiertas a la innovación y a la creatividad en esos campos. Los prejuicios memorísticos y los desfases didácticos crean un abismo, casi insalvable, entre el estudiante presente y el desempeño laboral futuro.

El déficit de perfiles aptos para desempeñarse en espacios laborales tecnológicos es alto. Existen algunas opciones para capacitar a jóvenes adultos, pero el proceso ideal es que tales vocaciones se estimulen proactivamente desde la escuela primaria y secundaria. Existen docentes que, en efecto, lo incentivan, sí, pero no son mayoría.

A pesar de la importancia del capital humano, pocos o ningún presidenciable se atreven a ofrecer una transformación del sistema educativo público e incluso de la supervisión del sistema privado. Existen colegios con excelencia en el desarrollo de inteligencias abstractas, fértiles para dar continuidad a la ruta de innovaciones tecnológicas, pero son muy pocos. A esto hay que sumar el éxodo de cerebros, menores de edad que parten rumbo a Estados Unidos —acompañados o no— para ir a buscar mejoras económicas, sin importar un alto coeficiente intelectual o un potencial creativo que, en contadas ocasiones, llega a brillar allende las fronteras.

En este Día del Trabajo hay tantas reivindicaciones justas, pero también consignas desfasadas y reclamos de privilegios que riñen con la competitividad personal y nacional en un mundo altamente exigente. Muchos docentes sindicalizados —no todos— demandan estabilidad, escalafón, mejor remuneración, pero sin querer pasar por una evaluación de desempeño. Quienes a la larga pagan el precio de sus prebendas son los niños y jóvenes que egresan sin haber adquirido las competencias ni los conocimientos que les permitirían buscar mejores y más dignos espacios de desarrollo.

Es tiempo de que exista una política educativa centrada en la realidad laboral y no en paradigmas de hace medio siglo. También es momento de que más empresas sigan el ejemplo de las que ya impulsan, sostienen o patrocinan esfuerzos educativos, ya sea a través de planteles o becas, sobre todo en el nivel básico, diversificado y universitario, para cultivar ese capital humano tan necesario. En varios países esa es la apuesta inteligente y visionaria que mejores capitales humanos. Emprenderla es condición ineludible para progresar.

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