EDITORIAL

Gran reencuentro

Si bien en el 2022 se retomaron las procesiones y otras actividades propias de la devoción popular de Cuaresma y Semana Santa, las mismas transcurrieron todavía bajo el fantasma de la pandemia y sus restricciones: aforos controlados, distanciamiento, recorridos distintos a los tradicionales y el sentimiento de profundo pesar por los más de 20 mil guatemaltecos fallecidos en esa dura prueba que golpeó a toda la humanidad.

Por supuesto, continúa presente la memoria de todos los seres queridos y sobre todo de tantos devotos que no pudieron volver a ver un cortejo solemne en las calles o a cargar en hombros a la imagen de su devoción. Por eso, esta Semana Santa que arranca hoy constituye un suceso histórico y un momento para que los creyentes agradezcan al Creador la posibilidad de continuar en esta vida y la oportunidad temporal de hacer el bien y de servir al prójimo. En un país de fe tan arraigada como Guatemala, esta Semana Santa constituye un momento de reencuentro total con las raíces culturales y espirituales.

Es por ello que la riqueza de expresiones artísticas, artesanales, gastronómicas, musicales y literarias en torno a la pasión, muerte y resurrección de Cristo, originadas a partir de una ancestral fusión de elementos culturales, no pertenece a nadie en particular y sí a todos los devotos en conjunto; cada uno aporta su presencia, participación, ingenio y esfuerzo, así como todos y cada uno de los cargadores son claves para llevar un anda por las calles.

Por eso mismo, resulta discordante cualquier exaltación o afán de autobombo de determinadas personas, sobre todo a partir de la declaratoria como patrimonio cultural intangible de la humanidad, aprobada por la Unesco. Nadie debería buscar réditos vanidosos ni tratar de procurarlos para ulteriores fines, menos aún bajo falsas modestias. El profundo significado de la Cuaresma y Semana Santa va más allá del fascinante mosaico y la masiva afluencia a cortejos, velaciones y viacrucis. En los días más aciagos del covid-19 tuvieron continuidad, a distancia, las ceremonias, plegarias y reflexiones que le dan sustento a la manifestación colectiva.

Cada creyente cuenta, ya sea católico o perteneciente a otras iglesias cristianas. Tan importante es el que ora encerrado en silencio, así como el Salvador del Mundo lo aconsejaba, como aquel que se viste y viste a sus hijos con el tradicional traje de cucurucho para ir al encuentro de un venerado nazareno. Nadie está preguntando nombres, solo se puede observar el efecto de tal presencia.

Todos cuentan desde lo secreto del corazón: cada músico de banda —sea de instrumento de viento, percusión o el director—, cada encargado de tenedores para levantar cables al paso de una procesión, cada niño que se esfuerza en esparcir el humo del incienso, cada párroco que acompaña a la hermandad de su templo, cada corazón que late en una oración desde las aceras. Es ese esfuerzo anónimo y humilde el que habla de un pueblo de fe, desde toda alfombra, todo arreglo floral, toda vivienda decorada con telas violetas y altares vigilados por padres y abuelos a la espera de la procesión. Más que patrimonio, la fe popular guatemalteca de Semana Santa es testimonio vívido de hermandad y una oportunidad para la caridad.

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