EDITORIAL

Me empadrono, luego existo, decido y exijo

Parafraseando el axioma racionalista de Renato Descartes, “Pienso, luego existo”, bien se puede afirmar que un ciudadano guatemalteco no existe electoralmente si no se empadrona. Apenas 9.2 millones de personas se proyecta que estén empadronadas cuando se cierre el registro, el próximo 25 de marzo. Buena parte del subregistro, de los ausentes, son jóvenes de entre 18 y 25 años. Ya sea por desconfianza, desencanto o simple indiferencia, estarán dejando que otros decidan sobre su futuro, lo cual, a nivel de responsabilidad ciudadana, no tiene lógica ni para los más escépticos.

Es cierto, hay politiqueros mentirosos, diputados que son a la vez contratistas del Estado, funcionarios mediocres que incumplen con sus obligaciones, figurones que utilizan la religión como discurso aunque sus acciones burlen preceptos inmemoriales. Es verdad y es lamentable que el erario se despilfarre en viáticos para viajes inútiles, en plazas amañadas para correligionarios anodinos, en prebendas negociadas con dirigentes sindicales vendidos, en subsidios oscuros y hasta en la velada promoción de cada oficialismo que llega, pasa y se queda con las ganas de repetir a causa de sus propias incoherencias.

Eso desanima a cualquiera y hace germinar una maleza de incredulidad y casi aversión a la democracia, que es justo lo que desean los extremistas de uno y otro lado, los corifeos recalcitrantes, los intolerantes que hacen negocios al amparo de la confusión y la impunidad. Los rezagos en el desarrollo humano alcanzan ya la categoría de crimen de lesa humanidad porque Guatemala es un país de grandes riquezas y potencial que merece y puede salir adelante y brillar como un proyecto nacional sostenible, integral e inclusivo.

Pero para generar ese relevo, para encender esa transición, para emprender esa transformación se necesita la participación activa de todos y cada uno de los ciudadanos en edad de decidir y votar. Quien no se empadrona es como si no existiera, y sin embargo existe con todo y sus necesidades de servicios en cuanto a salud, educación, infraestructura, seguridad pública o apoyo institucional agrario, laboral, nutricional, judicial y más.

La oferta electoral es confusa, fragmentada y a veces polarizante. Existen aspirantes cuestionados, reincidentes, exfuncionarios de magros resultados y también figuras poco conocidas cuyo trasfondo y nexos falta descubrir. Pero para eso los ciudadanos son adultos responsables de sus actos. Los guatemaltecos son astutos, inteligentes, de buena voluntad, pero también perspicaces para analizar contextos, vínculos y trasfondos. De eso se trata la democracia: de participar, informarse, exigir, rectificar y no quedarse callados. Hay grupos y aspirantes que prosiguen con las prácticas de clientelismo y dádivas para, según ellos, acaparar votos, pero siempre se topan con el mismo valladar infranqueable: el voto es personal y secreto, los conteos físicos de papeletas de cada mesa son efectuados por los mismos ciudadanos y ese registro físico es el mejor cotejo. Cada quien vota por quien su conciencia se lo dicta y cargar con esa responsabilidad es el bastión de la democracia participativa.

Quedan dos semanas para registrarse como votante o actualizar datos para poder emitir el sufragio en un centro próximo al lugar de residencia. Escuche, observe, decida, vuélvalo a analizar y acuda a la cita del 25 de junio. Vote por quien quiera, pero con la vista puesta en el bien mayor: el futuro de Guatemala. Pero como primer paso, empadrónese y exista como elector.

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