EDITORIAL
Mortífero terremoto alerta sobre riesgo local
Sigue creciendo la cauda mortal del terremoto en Turquía y Siria. Hasta ayer se reportaban 33 mil muertos y 80 mil heridos. A una semana del siniestro son casi nulas las esperanzas de hallar sobrevivientes y las labores de rescate estarían por finalizar para pasar al descombramiento, que sumará cifras, rostros y dolor.
Al menos seis mil edificios se derrumbaron y 400 mil personas se quedaron sin vivienda en pleno invierno. Los afectados pueden superar los 15 millones. Las noticias de la tragedia sirio-turca no dejan indiferente a nadie: lamentos por seres queridos, desesperación de socorristas por encontrar otra víctima viva, o el padre que tomó la mano de su hija muerta, atrapada en el hormigón de un edificio destruido.
Se analizan los factores que pudieron agravar el daño: antigüedad de estructuras, daños en estas por 10 años de guerra civil siria o construcciones que eludieron los códigos sismorresistentes. Ambos gobiernos se defienden, argumentan insuficiencia de recursos, y opositores aprovechan para lanzar diatribas, pero como bien lo señaló el secretario de Ayuda Humanitaria de la Organización de Naciones Unidas, Jens Laerke, “es imperativo que todos vean esto por lo que es: una crisis humanitaria donde hay vidas en juego… No politicen nada de esto”.
En la última semana se desvanecieron pugnas y afloró la solidaridad. Países árabes fueron los primeros en reaccionar y luego la Unión Europea, Rusia, Ucrania, Estados Unidos, Israel, Irán, Irak, India, China, Reino Unido, Surcorea, Canadá, Japón, Brasil, México y muchos más enviaron personal e insumos.
Turquía está a 12 mil km de Guatemala, pero es un país con el que se tienen relaciones diplomáticas desde 1874. Existe otra circunstancia común que, sin caer en fatalismos, debe animar la empatía y también la prevención: el territorio turco está cruzado por las fallas de Anatolia, que lo convierten en una zona de alta actividad sísmica. Sí, igual que nuestro país, marcado por la confluencia de las placas de Cocos y del Caribe, además de fallas como la del Motagua, que originó el devastador terremoto del 4 de febrero de 1976.
Una tragedia masiva como la de Turquía y Siria, junto a otros mortíferos eventos telúricos, debería ser una alerta para las autoridades gubernamentales, que deben fijar mejores reglamentos de construcción habitacional, industrial y civil, así como contar con sistemas de monitoreo de riesgo con tecnología de punta. Además del factor sísmico, Guatemala tiene actividad volcánica y exposición a eventos climáticos.
Es imposible predecir un terremoto o una erupción, pero la calidad del control sismológico puede otorgar valiosos segundos de antelación que permitan evacuaciones y salvamento de vidas. Por eso mismo es tan deleznable el amañado concurso del 2020 que entorpeció la adquisición de equipos meteorológicos, hidrológicos y sísmicos para el Insivumeh, al favorecer ilícitamente a una empresa vinculada con el diputado Jorge García Silva, del partido Prosperidad Ciudadana.
Más dañina y sospechosa es la tardanza en el Organismo Judicial para resolver el retiro de inmunidad de dicho congresista y así pueda ser investigado por tan lesivo caso, en el cual hay 16 implicados, incluidos dos familiares suyos. El desafuero se pidió el 9 de febrero del año pasado, se ratificó en noviembre y todavía no hay una decisión. Dicha dilación es un pésimo precedente en un país en el cual la prevención es vital.