EDITORIAL

Nepotismo partidario es burdo y reprochable

Uno de los peores tumores cancerosos de toda administración pública, de toda democracia y, en general, de todo régimen gubernamental es el nepotismo: aquella obsesión por obtener cargos, plazas o contratos para hijos, hermanos, tíos, sobrinos, padres, cónyuges e incluso parejas sentimentales, a costa del erario, sin importar méritos, leyes u obvios principios éticos. Colocar a una persona a cargo de programas gubernamentales sin que rinda cuentas, sin un nombramiento oficial para disponer de millones de quetzales por el simple hecho de tener algún grado de parentesco civil o consanguíneo es técnicamente injustificable y moralmente deleznable, aun así se enarbolen discursos conservadores, que, eso sí, están centrados en conservar beneficios, prebendas o privilegios.

La historia guatemalteca de las últimas tres décadas ha tenido múltiples y lamentables casos de nepotismo, cuyo principal daño a la institucionalidad radica en la falsificación del valor de méritos personales y profesionales —sustituidos por supuestas buenas intenciones, en la interferencia con los procesos fundamentados en la excelencia profesional, relegados en favor de sentimentalismos baratos— y en el pésimo precedente que abre la puerta a peores simulaciones.

Es en este contexto que resultan tan deleznables, ignominiosos y sintomáticos los combos de familiares postulados a cargos de elección popular dentro de un mismo partido, sin mayor mérito que el tener un mismo apellido. Aunque todavía no están completas las inscripciones de candidatos, es posible identificar con facilidad tales favoritismos o más bien imposiciones, que contradicen cualquier declaración de democracia interna dentro de las organizaciones, devenidas en carrozas discursivas para justificar ambiciones conjuntas.

Con frecuencia, algunos de los nominados a cargos públicos en cadena familiar no cuentan siquiera con una carrera universitaria, con una trayectoria laboral destacada o por lo menos conocida; son simples arribismos, a menudo enarbolados debajo de apellidos que evocan abolengo, pero que a la larga son caparazones mohosos y vacíos.

El nepotismo es un veneno que se intenta vender como elixir para un mejor futuro. Basta ver los nombres y apellidos de quienes dirigen partidos y los nombres y apellidos de los candidatos que están colocando en las primeras casillas. Es un engaño disfrazado de supuestos valores de tradición familiar con el fin de contar con peones y alfiles en un tablero de decisiones de Estado que pretenden torcer para su beneficio.

El ciudadano es inteligente, crítico, perspicaz, algo que tales combos familiares soslayan. En repetidas ocasiones, el país ha sufrido los conflictos de interés que arrastran tales parentescos. Quieren publicitarlo como vocación de servicio, pero en realidad lo que intentan es tener más cartones de lotería para poder obtener acceso a los recursos públicos, al poder estatal y a negociar con lo ajeno. Poco a poco se siguen destapando estos grupos familiares que quieren seguir detentando los recursos y las potestades otorgadas por la ciudadanía a través de las urnas. Es allí en donde los votantes guatemaltecos, agobiados por décadas de deficientes administraciones pueden decirle un rotundo no a la nepocracia, una distorsión generada a partir del nepotismo, el amiguismo y el tráfico de influencias legalizado a través de grupos que se niegan a abrir espacio a nuevos liderazgos, a perfiles con capacidades profesionales de innovación, a personas que estén pensando en transformar el futuro y no en alargar caducas herencias y privilegios.

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