EDITORIAL
Se cumple un año de la barbarie contra Ucrania
Toda guerra es absurda, inútil, y por más supuestos intentos de justificación, son más los daños causados a inocentes, especialmente civiles indefensos y niños, aunque no es menor la tragedia para las familias de combatientes heridos, lisiados o muertos, que ya se cuentan por miles en la invasión de Rusia a Ucrania, que mañana cumple un año de haber estallado. La estupefacción inicial pasó a indignación y con el paso de las semanas y los meses el devenir del conflicto se tornó en cierta rutina, pero que esa secuencia de 52 semanas no llame a error: el horror se sigue viviendo a diario en aldeas y pueblos ucranianos, el éxodo masivo continúa y los ataques indiscriminados contra infraestructura no militar también persisten.
La resistencia del ejército ucraniano ha sido denodada y creciente. De hecho, llegar a un año sin claudicar constituye ya una cierta derrota moral para las fuerzas armadas rusas, supuestamente superiores en número, recursos y tácticas. Después del susto de aquellos primeros días en los cuales la caída de Ucrania parecía inminente, la defensa retomó posiciones, aniquiló unidades enteras de tanques, expulsó a los invasores de áreas que ya parecían controladas. Al principio el apoyo de las naciones europeas y Estados Unidos parecía titubeante, pero ante la barbarie ordenada por el presidente Vladímir Putin, los pertrechos comenzaron a fluir, desde munición hasta sistemas antimisiles.
Rusia culpa a los aliados de entorpecer la salida pacífica. El presidente estadounidense, Joe Biden, llegó a Kiev, la capital ucraniana, para reforzar el apoyo contra la continuada campaña de bombardeos a ciudades, instalaciones eléctricas y campos de cultivo.
Es urgente y necesario un cese al fuego para entablar conversaciones de paz. Sin embargo, en la práctica, esto sería una nueva derrota para Putin, quien tiene prácticamente en marcha la cuenta regresiva de su actual mandato. Las próximas elecciones presidenciales rusas se celebrarán en marzo de 2024 y podrían encontrarlo sin la hegemonía que tuvo para la reelección. Esto a su vez podría constituir un acicate para el recrudecimiento de los ataques y el aumento de tropas en suelo ucraniano, lo cual, a la vez, crea riesgo de más efectivos muertos en batalla para tratar de asegurar la anexión de algunos territorios prorrusos.
Todo el mundo, literalmente, ha pagado costos por la prolongada campaña rusa: aumento en materias primas como el acero y fertilizantes, alza en costos de combustibles, caída en las exportaciones de trigo ucraniano, sanciones económicas contra Rusia y con ello un valladar para la libertad económica. Por supuesto, el costo humano es aún mayor: alrededor de 150 mil muertos o heridos militares de cada bando, más de 30 mil civiles fallecidos y diez millones de personas desplazadas, con la vida rota.
Es oportuno el cuestionamiento del papa Francisco durante la ceremonia del Miércoles de Ceniza, en el inicio de la Cuaresma, en la cual llamó a parar la guerra, que calificó de “inútil y absurda”, e invitó a los líderes mundiales y a los gobiernos de ambas naciones a examinar si se ha hecho todo lo posible por frenar esta matanza. El pueblo ruso debe exigir cuentas a su mandatario, no solo por una conquista nacionalista, sino por el rumbo al cual lleva a su país, necesitado de más democracia y productividad, no de jóvenes rumbo al frente de batalla. La paz es crucial, tal como lo resaltó el Papa: “Lo que se construya sobre escombros nunca puede ser una verdadera victoria”.