EDITORIAL
Se debe cambiar el curso de la historia del agua
Cuando coloquialmente se expresa la necesidad de “cambiar el curso” de un proceso o situación se está aludiendo de alguna manera a la figura de una corriente de agua, y es por ello que el título de este texto evoca con doble énfasis la necesidad de crear una nueva cultura de valoración, aprovechamiento y conservación del recurso acuífero, no solo como una declaración lírica o una intención abstracta, sino como una obligación ética y también legal para con nuestros hijos y nietos. Todavía hay abuelos que recuerdan haberse bañado en las aguas de ríos como Las Vacas, Michatoya o Los Esclavos, que ahora son pestilentes desagües, por mucho que duela decirlo.
La indiferencia de la población, pero sobre todo la incapacidad de sucesivas administraciones de gobierno central y municipal, llevaron a un enfoque miope del tema del agua: se ocuparon de ver cómo extraer y entubar, pero no del tratamiento de las aguas servidas, residenciales o industriales. En el mejor de los casos trabajaron en la instalación de drenajes, pero muchos van a dar a la cuenca fluvial o lacustre más cercana, una necedad que cada vez se hace más amenazante para la vida de las comunidades.
A lo largo de varias semanas se han publicado en la edición impresa y en Prensalibre.com varias entregas del especial Cambiemos la historia del agua en Guatemala, con el apoyo de la industria azucarera y del Instituto para el Cambio Climático. Entre los principales problemas abordados está la carencia de una ley de aguas y con ello la inexistencia de una autoridad nacional a este respecto. Tampoco es que estas instancias puedan ser la panacea, pero tampoco es una opción continuar como si el desafío no existiera.
De hecho, en esa serie se resaltan esfuerzos positivos, con resultados tangibles, como la mesa técnica del río Madre Vieja, en la cual participan pobladores, ingenios, autoridades locales y científicos. Ante un problema concreto, la reducción del caudal del afluente, se emprendieron acciones de uso optimizado con tecnología, monitoreo constante, tratamiento de aguas, reforestación de la cuenca y, sobre todo, comunicación permanente, constructiva y sin vacuas polarizaciones. Las acciones no siempre fueron fáciles, pero se concretaron por una confluencia de convicción, responsabilidad social y liderazgo constructivo.
El daño causado a varias cuencas hídricas ha sido severo y prolongado, pero no hay vuelta de hoja: solo la unidad de las comunidades, las empresas y las autoridades puede potenciar la gobernanza del agua. No se trata de un tema aislado, pues se precisa de programas serios de protección forestal, de instituciones sólidas que estudien la hidrología, de abordajes sostenibles para el problema de los desechos sólidos y de una mayor educación sobre las consecuencias de la contaminación del recurso. Es necesaria la certeza de castigo severo para quienes atenten contra la conservación del elemento que hace posible la vida. Si el Estado se organiza para proteger el derecho a la vida sería lógico que el agua esté entre sus prioridades más reconocidas.
En un año habrá decenas, cientos de candidatos a alcaldías tratando de llegar al cargo por distintos propósitos. Pero es recurrente el ofrecimiento de mejorar o extender el servicio de agua domiciliar. No basta con perforar pozos. Si ofrecen eso también tienen que decir cómo van a tratar las aguas servidas y a rescatar las cuencas cercanas. Se necesitan alianzas, acuerdos y mucha inteligencia, pues ante un problema de esta magnitud ninguna persona ni sector puede solo.