EDITORIAL

Segunda independencia

La conmemoración del bicentenario de la emancipación política de España, el 15 de septiembre de hace dos años, estuvo rodeada de abundante parafernalia gubernamental y constante promoción de ciertos funcionarios ególatras que pretendieron sacar raja publicitaria de aquel evento. Muy poco se dedicó realmente a promover la instrucción, la reflexión y los aprendizajes sobre aquel suceso histórico que dio origen al caminar de las naciones centroamericanas. Aquellas provincias tenían solo un trimestre de libertad cuando se anunció la anexión a México, el 5 de enero de 1822, por invitación de Agustín de Iturbide.

En las provincias no había consenso sobre aquella decisión y El Salvador estaba totalmente en contra. Aún así se nombraron diputados para sumarse al congreso mexicano. Sin embargo, promotores de la Independencia como Pedro Molina y Francisco Barrundia se opusieron a la anexión y señalaron que era muy poca representatividad legislativa. Iturbide disolvió el Congreso y se declaró Emperador.

Esto quería decir que después de tres siglos bajo dominio del imperio español ahora se formaba parte de otro imperio recién declarado. Iturbide mandó tropas a Centro América para someter por la fuerza a las regiones rebeldes. Además se emprendieron otras medidas inconsultas que causaron malestar como nuevas demarcaciones geográficas de municipios y centros de poder político.

Sectores republicanos y constitucionalistas de México combatieron la idea del imperio, lo cual a su vez hizo menos atractiva la anexión para los conservadores que la promovieron en Guatemala y el resto de provincias. Iturbide intentó relanzar la Constituyente pero fracasó y en esta agitación se impulsó la anulación de esta fusión territorial. Es así como el 1 de julio de 1823 las provincias de Centro América declararon su independencia absoluta de España, México y de cualquier otra potencia. Ello constituye prácticamente una segunda emancipación, cuyos factores son aún muy poco estudiados en las escuelas y universidades, a pesar de las fuertes lecciones políticas y legales evocadas en ella.

Entre esas lecciones, válidas para el presente, se pueden deducir: Primero, la inviabilidad de que un pequeño sector político se arrogue el poder de imponer a los demás sus conveniencias. Segundo, la necesidad de encontrar puentes de diálogo y entendimiento para trazar vías de bien común, en lugar de fomentar extremismos que llegan incluso a querer pasar por encima de la ley. Tercero: la institucionalidad puesta al servicio de la democracia es el mejor freno a la polarización. Cuarto: se necesita estudiar la historia para intentar no repetir errores prevenibles que solo causan altos costos de oportunidad.

Un año después surgió la Federación Centroamericana, un proyecto de integración de Estados en busca de mejoras económicas, políticas y sociales que se vio truncado por intolerancias, despotismos, exclusión y reyertas entre caudillos. Lamentablemente estas disputas estériles, partisanas, que a menudo involucran prejuicios y estereotipos, siguen siendo lastres para el desarrollo democrático. Tan solo por eso vale la pena recordar esta segunda independencia.

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