EDITORIAL

Semana de luz no debe ser empañada

Semana Santa: encuentro de generaciones, conexión de épocas a través de expresiones artísticas y religiosas, evocación del mortal suplicio del Salvador en la roca del Calvario, cuyo segundo milenio se encuentra apenas a 11 años; nadie sabe quiénes estarán allí para conmemorarlo, así como hoy hay tantos guatemaltecos, tantos padres, hijos, hermanos, amigos, devotos ausentes debido a la pandemia que impidió los cortejos procesionales de Semana Santa y los encuentros de oración de otras iglesias. La vida sigue, la esperanza está encendida y la fe se refuerza después de tan dura prueba que impuso el más profundo e histórico silencio a los últimos dos viernes santos.

La vida sigue y se diversifican las actividades: miles de viajeros se desplazan a sus lugares de origen o a sitios de recreo para compartir en familia y retomar el aliento. Su desplazamiento permite una derrama económica para las economías departamentales y rurales; emprendimientos personales y pequeñas empresas tienen la vista puesta en estos días para continuar recuperándose de los duros pasos del 2020 y 2021. También son vidas, trabajos, futuros.

Se vienen los llamados días grandes de la Semana Mayor. Tres años pasaron desde la última conmemoración popular masiva. El número tres tiene connotación sagrada para la tradición judeocristiana, por razones que sería largo explicar. Coincide con los signos de la Pasión de Cristo, quien al tercer día resucitó: un elocuente mensaje de la existencia que para unos puede ser coincidencia, pero para otros significa la oportunidad de revitalizar valores, restablecer actitudes positivas, emprender la renovación de las realidades personales, familiares, laborales y públicas a través de la integración de credo y praxis.

Lo anterior quiere decir que toda proclamación de creencias constituye un tácito compromiso de conducta: no basta con declarar leyes, disposiciones o líneas confesionales. Si bien esta afirmación es importante y está garantizada constitucionalmente, lo verdaderamente trascendental son las acciones, sobre todo si se desempeña un cargo público. No se vale utilizar arengas pietistas con fines demagógicos. En todo caso, tal disyuntiva es la que origina el concepto de separación de Iglesia y Estado, que algunos politiqueros tratan de diluir a conveniencia. Quien desee dar testimonio de su fe puede hacerlo, pero es su vida la que habla.

Guatemala es un país de fe y de profundas tradiciones de piedad popular que se enraízan en una multiculturalidad de siglos. Con frecuencia se habla de la Semana Santa más hermosa del mundo, por su colorido, por las obras de arte escultórico, musical y efímero. Las precauciones sanitarias trajeron cambios como el innovador recorrido de un cortejo por la Avenida de La Reforma, entre otros. Sigue evolucionando, y por eso su valor va más allá de una declaratoria de Patrimonio Mundial de la Humanidad solicitada a la Unesco. Por su belleza y méritos inherentes sería honroso, pero nunca debe convertirse en motivo de presunción o promoción de persona, grupo o gobierno alguno. Le pertenece a Guatemala.

Deseamos a nuestras audiencias sanos y luminosos días. La pandemia no ha terminado y las precauciones deben mantenerse como elemental muestra de amor al prójimo. Lo mismo cabe decir de la responsabilidad de conducir vehículo sin abuso de velocidad y libre de ingesta de alcohol. La Semana Santa es hermosa porque nos hace hermanos, porque nos une en la algarabía y en el silencio, porque debe ser fuente de luz, no ocasión de tragedias y luto.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: