EDITORIAL

Y ahora qué hacer con la basura electoral

Aunque algunos partidos y aspirantes a cargos ya comienzan a retirar su propaganda después de haber fracasado u obtenido un cargo, con frecuencia le siguen dejando el problema a otros, mediante los promontorios de carteles plásticos, mantas vinílicas o efigies en cartones de PVC abandonadas en arriates de zonas urbanas. Casi creen que le hacen un favor a las comunidades al no recoger sus desechos, sin caer en cuenta de la enorme contaminación que han ocasionado en sus ansias eufóricas electorales.

Ya antes de la finalización de la campaña había múltiples rótulos desprendidos de marcos, estandartes e improvisados caballetes arrastrados por el viento o las lluvias hacia cercanas cuencas. Nadie da cuenta de su destino y tampoco nadie la exige. El Ministerio de Ambiente debería, de oficio, emprender la elaboración inmediata de un informe sobre la huella ambiental de tantas toneladas de plástico forradas con caras, sonrisas, promesas y logotipos que solo suman desechos sólidos a un medio ambiente en creciente deterioro por esa misma causa.

Sería bueno, sería ético y sería loable por parte de los partidos políticos y sus dirigencias que efectuaran un informe voluntario, no propagandístico, acerca de la cantidad de publicidad recolectada y sus posibles vías de reutilización, a fin de aminorar su efecto dañino en el entorno. Pero si ni siquiera han sido capaces de presentar datos fieles y proporcionales sobre gastos electorales, resulta improbable que actúen a favor del ecosistema en el que vivimos y nos movemos. En todo caso, este evidente despilfarro indiscriminado de plástico para publicitar perfiles debería conducir a la emisión de normativas tendientes a disminuir su uso.

Vivimos tiempos digitales en los cuales se cuenta con una amplia gama de redes sociales de audio, texto y video. De hecho, varios partidos hicieron uso de esos canales para conectar con diversos grupos de población, aunque no todos lograron la misma eficiencia. Aún así es notorio cómo algunos aspirantes consiguieron atraer votos por esta vía y sin apenas utilizar el soporte de vallas o rótulos colgados en postes, árboles y avenidas.

En efecto, el tema de conservación del medio ambiente es uno de los más relegados en la campaña electoral. De hecho, prácticamente ningún partido en contienda hizo alusión al fortalecimiento del acuerdo gubernativo que obligará, a partir de agosto próximo, a la clasificación obligatoria de desechos sólidos, una normativa que debería llegar a constituirse en ley aprobada por el Congreso, para que tenga más fuerza y trascendencia. En varios países existen regulaciones —que no limitaciones— a la publicidad política para que sea impresa con materiales y tintas biodegradables, lo cual facilita su disposición como compost.

Una prueba de que sí se pueden transformar las actitudes y acciones de propaganda dañinas hacia el medio ambiente ha sido la erradicación de pintas partidarias sobre piedras, laderas, árboles, colinas, acequias y orillas de carreteras, por prohibición expresa en la Ley Electoral, aunque también existen varias municipalidades que han emitido reglamentación. Durante la actual campaña fue escasa la transgresión en este sentido. Prueba de su nefasto efecto son las pintas visibles en varias carreteras del país correspondientes a campañas de 2015, 2011 e incluso anteriores. Muchos de esos partidos ya ni siquiera existen, así como sus líderes, pero los rastros de su irrespeto al ambiente siguen allí.

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