EDITORIAL

Zarpazo de dictadura refleja estulticia y miedo

El pérfido Daniel Ortega, dictador de Nicaragua, ha evidenciado de diversas y abusivas formas todo su miedo, su fobia, su aversión al conocimiento y a la libre expresión del pensamiento. La más reciente muestra de este intento de tapar el sol con un dedo sucio es el cierre de la Universidad Centroamericana de Nicaragua, el 17 de agosto. Era la última universidad privada sobreviviente a toda una andanada gubernamental en contra de centros de estudios superiores. De alguna manera no extraña nada esta decisión arbitraria, cuya finalidad es crear un plantel estatal plegado al discurso oficial y, por ende, carente de sentido crítico o afán por la verdad, por lo cual no merece llamarse universidad sino algo así como “univocidad”.

La satrapía alcanza e incluso supera las profundidades abisales de los viejos despotismos del siglo XX, encabezados por el régimen de Anastasio Somoza, a quien Ortega derrocó para terminar convirtiéndose en un figurón similar o más patético, dada la cauda de muertos, heridos, presos políticos, exiliados y ciudadanos sometidos al capricho de una camarilla de intolerantes. Por supuesto han tenido su parte de culpa las tibiezas de ciertos gobernantes de la región que se resisten a condenar a tan deleznable sistema despótico ajeno a la razón y a la sana institucionalidad.

Esto no quiere decir que no existan ideales, aspiraciones y partidarios de la recuperación del estado de Derecho en el pueblo nicaragüense. El régimen busca acallar las voces disidentes, como ocurre con el obispo Rolando Morales, quien se negó a salir al exilio en solidaridad con otros presos de conciencia. Lo que no sabe la dupla Ortega-Murillo es que su empecinamiento y abusos aceleran su ruina.

A lo interno de Nicaragua también hubo silencios cómplices y hasta convenientes. El empresariado organizado de ese país se dejó obnubilar por perspectivaas económicas en apariencia halagüeñas y una supuesta certeza jurídica que no era sino un albur. Al volverse incómodos por sus críticas ante los privilegios otorgados a ciertos allegados del autócrata involucionario, fueron proscritos al igual que grupos estudiantiles, obreros, sociales y organizaciones no gubernamentales nacionales y externas.

Es llamativo, también, cómo ciertos telepredicadores de fama internacional apadrinan sin disimulo estos abusos al acudir a eventos organizados por el régimen. Pretextos confesionales nunca tendrán validez si acuerpan a abusadores y victimarios. Decir que están ahí por voluntad divina se convierte en una blasfemia a causa de su fundamental desacato al mandamiento supremo: ama a tu prójimo como a ti mismo.

Otra razón de la vacilante y ambigua postura de ciertos gobiernos de la región proviene de su obvia proclividad a la intolerancia y de sus pactos con China, potencia económica por demás conocida por su irrespeto a las libertades individuales y cuyo progreso se basa, en buena medida, en la explotación laboral de sus propios habitantes. La más reciente muestra de esta transigencia indigna es la decisión de admitir al gigante asiático como país observador del Parlamento Centroamericano, con voto favorable de Costa Rica, Honduras, El Salvador, Panamá y, por supuesto, Nicaragua. Taiwán, nación que favoreció la fundación del foro, fue expulsada. Guatemala se opuso a esta arbitrariedad que termina de precipitar al abismo la imagen del anodino Parlacén. En todo caso, tal vez sea la oportunidad dorada para salirnos de tan onerosa farsa.

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