CON OTRA MIRADA

El arte como expresión civilizatoria

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Lo que conocemos del hombre prehistórico proviene de sus dibujos, grabados o esculturas plasmadas en la piedra de cavernas, farallones o barrancos que hacen referencia a su actividad; se le llama arte rupestre. Esa representación artística está relacionada con prácticas de carácter mágico-religiosas para propiciar la caza, y está presente en todos los continentes. Recién en este 2018, investigadores de la universidad de Witwatersrand encontraron en Sudáfrica una piedra con dibujos paleolíticos que superan los conocidos hasta ahora, estimados 73 mil  años atrás.

La historia empieza a registrase con la invención de la escritura, a partir de la que el conocimiento y actuar de la humanidad ha difundido con amplitud.

Es entonces a través del arte que el hombre ha dejado, deja y seguirá dejando constancia de su avance cultural, entendiendo por cultura toda actividad que le es propia, en su calidad de mamífero superior de la escala zoológica; superior porque es un ser pensante, que actúa según su razonamiento. La obra artística es el mejor testimonio de esa evolución.

En nuestro medio el 2018 tiene particular importancia, pues por un lado se conmemoran cien años del natalicio de Guillermo Grajeda Mena, uno de los grandes artistas de la generación del 40; y por otro, el Ministerio de Cultura y Deportes entregó el pasado martes 13 el Premio Nacional de las Artes Plásticas Carlos Mérida, a Luis Díaz Aldana, artista de la modernidad.

Grajeda Mena junto a Dagoberto Vásquez fue beneficiado por los cambios culturales que trajo la Revolución de Octubre del 44, luego del oscurantismo ubiquista, cuando el Estado les becó para estudiar en Chile; de ahí las coincidencias en su expresión artística.

Paralelismos semejantes hay en otros artistas, de otras disciplinas que por entonces tuvieron el privilegio de salir del país y estudiar, para convertirse en esa generación de artistas y profesionales de la arquitectura, música, literatura y teatro particularmente, que contribuyeron a que Guatemala entrara en la modernidad junto a sabias decisiones políticas. Ese conjunto de hechos propició aquel respiro político-económico-cultural denominado por la historia reciente, la Primavera Democrática (1944-54).

En el urbanismo y la arquitectura ese derrame cultural se prolongó algunos años más, al que se sumó la excelencia administrativa. Fue creada la primera Facultad de Arquitectura en Centro América, en la Universidad de San Carlos. Se planificó y construyó el Centro Cívico en donde Grajeda Mena dejó plasmada su más importante obra mural, en la fachada poniente del Palacio Municipal, que resume su vasto conocimiento histórico y arqueológico del país, además de su refinada abstracción de la figura humana, al igual que la técnica y uso del concreto fundido in situ.

Por su parte, Luis Díaz (1939), en su adolescencia conoció el trabajo de los grandes talleres de la Dirección General de Caminos, en donde aprendió a dar forma y producir piezas de mecánica. Tuvo contacto con materiales y herramientas que le abrieron un mundo de oportunidades técnicas, que más adelante supo combinar con su talento artístico y arquitectónico. Llegó a forjar un lenguaje expresivo, de carácter único y personal que lo hacen el más completo e importante artista contemporáneo, a quien el Estado reconoce y premia con el máximo galardón que lleva el nombre del insigne maestro Carlos Mérida.

La obra de ambos está plenamente registrada y documentada. La de Grajeda Mena por su nieto Gustavo Grajeda y la de Luis por él mismo en dos sustanciales libros: El Gucumatz en persona, y Luis Díaz Aldana en primera persona.

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