LA BUENA NOTICIA
El culto agradable
Una peculiaridad de la tradición religiosa judeo-cristiana es la centralidad que en ella ocupa la responsabilidad moral. La religiosidad popular y algunas tradiciones religiosas dan primacía al rito, a la ceremonia. Cumplido el ritual, se apaciguan los dioses, el mundo conserva su orden y, supuestamente, los negocios y la vida prosperan. Los profetas israelitas se opusieron vehementemente a esa interpretación del culto. Exigieron que el rito estuviera respaldado por el compromiso moral de quien lo realizaba o participaba en él. En realidad, decían, Dios no necesita del culto para subsistir, pues es Él quien da la vida; el mundo no necesita de los ritos realizados por el hombre para sostenerse, pues Dios lo creó y lo sostiene; y la prosperidad y la vida no son la consecuencia de un rito en el templo, sino el fruto de la justicia humana y la bendición de Dios.
Jesús no cambió esa visión de los profetas antiguos, sino que en todo caso la reforzó. Algunas de sus enseñanzas, tomadas aisladas, dan la impresión de que él no le daba ninguna importancia al culto en la relación con Dios. En la conocida visión del juicio final, la salvación o la condenación de las personas se dirime con base en la realización u omisión de acciones de acogida y servicio al prójimo. Ni una palabra acerca del culto a Dios. Por supuesto que Jesús también enseñó a orar y dejó establecidos ritos que han evolucionado para dar forma a la liturgia cristiana. Pero el rito y la ceremonia tienen validez, si proceden de una persona recta, justa, moralmente íntegra. El dicho popular dice: “El que peca y reza, empata”. Pero es falso, si, como muchos lo entienden, el desorden moral personal queda disculpado por la realización de una ceremonia religiosa, de una peregrinación, de un turno de procesión, sin conversión moral personal verdadera y duradera.
El culto grato a Dios es la ofrenda de nuestra obediencia. La muerte de Cristo en la cruz adquirió valor religioso, no por el dolor y humillación inherentes, sino porque fue expresión de su obediencia a Dios y de su amor al prójimo para cumplir su misión hasta el final con integridad moral. Eso mismo se le pide al seguidor de Cristo. Por eso la ética y la moral juegan un papel crucial en la actitud religiosa cristiana. Los Diez Mandamientos incluso fueron reinterpretados por Jesús para que se entendieran, no como exigencias mínimas, sino como requerimientos máximos. Por ejemplo, el mandamiento dice: “No matarás”. Según la interpretación de mínimos, quien se abstiene de matar a su enemigo, aunque le inflija otros daños físicos o morales, cumple el mandamiento. Jesús le da la vuelta y enseña que en realidad cumple el mandamiento quien respeta la integridad y favorece la dignidad de toda persona.
Y así uno tras otro, todos los mandamientos. ¿Por qué? Porque las acciones moralmente rectas construyen a la persona que las hace y edifican también su comunidad, mientras que las acciones inmorales destruyen a una y a otra. Dios quiere la vida. Por eso el culto que le agrada se apoya en la conducta recta del hombre que hace el bien y fomenta la vida.