SIN FRONTERAS

El daño está hecho

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“Frijolero”, sucio, asqueroso. Eso eres tú, amigo lector hispano-parlante para un número creciente de radicales organizados en EE. UU. No es agradable escucharlo, no es agradable escribirlo. Pero las ideas de supremacía aria que habían quedado enterradas en la vergüenza de la historia están resurgiendo. Hoy, estas ideas sirven para desfogar la frustración de una cierta clase blanca y pobre que, ante la superación de otros grupos, busca paganos de su estancamiento económico. Donald Trump percibió esa frustración y para armar su plataforma electoral, la canalizó en contra de dos grupos principalmente: los musulmanes, y nosotros, los hispanos.

“Frijolero”, sucio, asqueroso. No importa tu posición económica o educativa, qué tanto pigmento contenga tu piel, ni tu estatus legal; vaya, ni siquiera importa si vives en Estados Unidos o estás de visita. Tu cultura, tu idioma o tu acento bastan. En su estereotipo, todo musulmán es potencial terrorista, y todo hispano es potencial invasor. “Poder blanco” gritan, mientras alzan su brazo en saludo fascista. Ondean banderas confederadas. En su brazo llevan tatuada la Suástica.

Vi el documental Hate Rising del periodista Jorge Ramos, que recomiendo ver en YouTube. En él, menciona tres puntos que me han preocupado desde la postulación de Trump: Primero, que la discusión no es racional, es visceral. Segundo que la historia nos juzgará —a cada uno de nosotros— por nuestra posición frente al trumpismo. Y tercero, que independientemente de quién sea elegido, el daño ya está hecho, el odio sembrado y hoy se expresa con cierto aval que proviene del podio de un candidato presidencial.

Si la historia debió enseñarnos algo, eso sería que la violencia racial es contagiosa, que con frecuencia el daño lo sufren quienes carecen de voz, y que no es sino hasta consumada la injusticia, que se descubre la vileza producida. En Alemania, por ejemplo, tras la II Guerra Mundial, no fue sino hasta que las fuerzas aliadas obligaron a los alemanes que habitaban los poblados vecinos a desfilar por los campos de concentración, que vieron de ojo propio el horror de la masacre.

En el documental, Ramos denuncia la existencia de casi 900 grupos de odio en territorio estadounidense, desde nazis hasta nuevas facciones del Ku Klux Klan. Y para alarma guatemalteca, quizá la mayoría de ellos se encuentran cerca de las comunidades migrantes que he mencionado con anterioridad. Un ejemplo es en Mississippi, donde una comunidad de retaltecos se desarrolla en la industria carpintera. Recuerdo a Carlos, el dueño de la tienda, quien siempre intenta convencerme que le lleve desde Guatemala una máquina de feria para hacer granizadas. Otro ejemplo es en Indiana, cerca de la sede del “Pequeño Führer”, una comunidad coataneca donde vive Alejandro junto a su familia. Él me enseñó que en el idioma chuj, mi nombre se dice “Petul”.

Ayer trascendió que una iglesia afroamericana fue incendiada. Al apagarse las llamas, pintado en la pared, apareció el mensaje: “Voten por Trump”. La noticia recorrió el mundo, pero me pregunto, qué cobertura tendría un ataque similar contra algún interés chapín. El odio racial es real y considero que un peligro de tal magnitud no es ajeno a nuestra agenda diplomática. Creo que realmente para la Cancillería sería prudente considerar hacer un llamado a la población migrante a conducirse con cautela en esta apasionada semana electoral.

Desde este espacio considero que, aunque los dos candidatos fueron cuestionados, todos —votantes o no— debemos fijar una postura ante el atrevimiento de etiquetar a la hispanidad como germen del mal. Hispano, heredero de Cervantes, fuente de cultura. Este debería ser un asunto personal para todos los guatemaltecos.

ppsolares@gmail.com

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