SIN FRONTERAS

El espíritu revolucionario

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En momentos parece sin sentido. Las acciones y decisiones pueden contravenir la conveniencia personal. Dicen lo que otros no. Hacen lo que puede perjudicarles. Se arriesgan, y a menudo pierden. Pero las crónicas guían a recordar que cuando se gana la batalla, es ese espíritu revolucionario el que motiva cambios que llevan a la humanidad a vivir mejores porvenires. El reto; la afrenta; la falta de respeto hacia lo que no merece eso, justamente: respeto. Así sea una monarquía engreída que vio caer con fuerza su Bastilla; o en Boston, la gente tirando por la borda té, para simbolizar la liberación de un imperio mezquino. O aquí mismo, en esta tierra de mil primaveras, cuando la gente ha actuado conforme a su conciencia. Ya sea en 1920, para destruir el yugo del ególatra desenfrenado; o en 1944, para catapultarnos hacia una modernidad humana; o ahora mismo, mientras nos buscamos soltar de un Estado cooptado al servicio de élites —de tradición y emergentes—, que gobiernan como enemigos de la Nación, en perjuicio de nosotros. Nosotros, los demás.

Es una dicotomía que no se logra esconder. El espíritu de cambio, o se tiene, o se está en contra de él. Y esto subsiste a pesar de cuán vil y oprobioso sea el sistema. Defensores de la bajeza humana, siempre los habrá. Ya sea paralizados por temor, acompañados de ignorancia, o motivados por conveniencia. Revisamos de nuevo esas crónicas pasadas, y vemos que aún los sistemas más perversos siempre tuvieron quién les protegiera. Pensémoslo; sin mucho escarbar, hasta Hitler y su fascismo Nazi asesino, tuvo fieles allegados, justificando lo injustificable y racionalizando lo irracional. Son los villanos del cambio; bellacos. Los traidores que roban a las naciones de la evolución necesaria para vivir mejor.

Es bella la historia desde la perspectiva de la lucha por el cambio. Y gratificante es identificar los nombres de quienes se expusieron por conservar lo que no valía la pena. Personajes como estos abundan hoy en día. Pero cabe recordar a sus antecesores, que hoy se esconden en los rincones de la pena de la historia. Inmediatamente viene a mente un arzobispo, Rossell y Arellano, Mariano, aquí en Guatemala. Sor Pijije, le decían los muchachos, para derribar la imagen que, desde su endiosada posición, expuso a la Iglesia de Roma a estar en el lado equivocado de la historia. Mientras la nación combatía por modernizarse, este hombre ensució la imagen de Cristo mismo, para amedrentar a la gente. Hoy, sus pasos parecen ser seguidos por el emisario mismo de la Santa Sede, quien nuevamente expone a Roma —aquí en nuestro país—, como un aliado de lo viejo e indefendible; en este caso, el robo desde las posiciones de gobierno; la corrupción.

Y del otro lado, ciudadanos valientes que arriesgaron todo para conducir a la nación hacia futuros de esperanza. Recordamos esta semana a la Junta Revolucionaria de Gobierno. Árbenz, Toriello y Arana, a veces menos mencionados que quienes le siguieron. Pero que en menos de cuatro meses en el poder, emitieron ochenta y nueve Decretos Ley que permitieron los diez años de la primavera. Abolieron el Estado ubiquista, instalaron un marco republicano democrático, introdujeron la dignidad del campesino, entre otros. Al ver ese período, vemos lo que se logra con espíritu revolucionario; y claro, quedan en evidencia los defensores del sistema. Por ejemplo, en contraste, vemos a don Alejandro Maldonado Aguirre, quien también tuvo la oportunidad de conducir cuatro meses de transición, pero que pasará a la historia por su arraigo a lo antiguo y obsoleto.

La tribuna de esta columna celebra hoy el espíritu del cambio. Y saluda a quienes en ese espíritu, están dispuestos a sacrificar su zona de confort, por un mejor mañana para aquellos que nos siguen.

@pepsol

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