LA BUENA NOTICIA
El fin del mundo
El fin del mundo es uno de los elementos que estructuran la temporalidad cristiana. El otro elemento se refiere al principio. Este mundo, tal como lo conocemos comenzó a existir, fue creado por Dios. Hay un punto de origen, antes del cual no estaba sino Dios. Habrá un punto de término, después del cual estará Dios y quienes hayan alcanzado la eternidad en su paso por este mundo. Por supuesto que hablar de un antes y un después del mundo y del tiempo es problemático, pero es un modo de hablar en una columna de opinión en la prensa. Esa concepción del principio y del fin estructura la naturaleza del tiempo, del cosmos, de la historia humana.
La fe cristiana afirma que el mundo es bello, es bueno. Es obra de Dios. Los seres humanos somos parte de esa creación. Es más, el mundo fue creado para el hombre como lugar de morada, de trabajo, de vida, de ejercicio de su libertad responsable. Esa visión fundamenta la cosmología cristiana. Pero el mundo está transido, de principio a fin, de caducidad, de limitación, de fragilidad. La expresión máxima de esa fragilidad son las decisiones erradas y perversas del hombre. La Biblia las llama “pecado” porque ofenden a Dios, creador del mundo, ante quien cada persona es responsable de su vida. Pero el plan de Dios es que los seres humanos construyan su vida, trabajen y creen cultura y civilización ateniéndose a la verdad, a la bondad y a la belleza de las cosas y de sí mismo, y de ese modo alcancen su fin que es vivir con Dios para siempre. Por eso cada persona, al llegar al término de sus días en la tierra, se abre a la eternidad de Dios. El fin temporal de cada persona es un sello de la calidad del ejercicio que cada persona hizo de su libertad responsable: “logrado” o “malogrado”. Y así como la vida de cada persona termina, así también concluye la historia de la humanidad y del mundo creado para sostenerla. Cumplida su función, el mundo acabará, y la humanidad “lograda” compartirá con Dios para siempre su gozo y su plenitud.
Esta visión grandiosa ha gestado la cultura cristiana, que ha impregnado hasta nuestros días la civilización occidental. Donde la cultura cristiana se debilita esa cosmología pierde vigencia y lamentablemente se desvanecen también las referencias que daban sentido a la existencia humana. La más importante es la convicción de que cada persona tiene vocación de eternidad. Aunque la existencia terrenal es fugaz, el destino humano es eterno. Y la eternidad se fragua en el ejercicio responsable de la libertad en este mundo. La acusación de que la cosmología cristiana suscita la evasión hacia mundos invisibles y por lo tanto la irresponsabilidad en esta tierra no tiene sustento real. No hay camino al cielo al margen de la responsabilidad en la tierra, no hay eternidad sin un empeño temporal real para construir humanidad, cultura, civilización.
En cuanto al fin del mundo, a pesar del dramatismo de las descripciones bíblicas y de algunas representaciones posteriores, se trata de los dolores de parto de la realidad definitiva que es la alegría y el gozo perdurable de la humanidad con Dios.