El islam en Occidente
Pensemos, por ejemplo, en el trato de la mujer en las sociedades islámicas, con costumbres como la ablación del clítoris femenino y la pena de muerte por adulterio, pero no para los hombres, y también la pena de muerte para homosexuales y “apóstatas”.
Antes de seguir es necesario aclarar algunos conceptos. Islámico es alguien que profesa la religión musulmana; islamista es alguien que tiene una ideología y un proyecto políticos basados en una interpretación del islam. La mayoría de los islámicos no son islamistas. No todo islamista es un terrorista, pero todos los terroristas islámicos son islamistas. A los terroristas islamistas se les llama jihadistas.
Una complicación es que el islamismo sunita no tiene una autoridad central aceptada por todos que pueda dar una interpretación unitaria del Korán, la Universidad islámica Al Azhar del Cairo es respetada, pero sus posiciones no son de obligatorio cumplimiento, y cualquier Imán en una mezquita en Londres o París puede promover interpretaciones del islam acordes con su ideología islamista.
La creciente y acelerada ola inmigratoria hacia Europa, proveniente del Medio Oriente y el Norte de África, fomentada por las guerras civiles y el desastre socioeconómico y el auge del terrorismo islamista, crea un caldo de cultivo para el fortalecimiento de fuerzas políticas extremistas y xenófobas de derecha e izquierda. Los gobiernos europeos deben reformar sus políticas inmigratorias para integrar cultural y socialmente, tanto los nuevos contingentes como los hijos de inmigrantes más antiguos. Integrar culturalmente implica que el sistema educativo promueva entre todos los ciudadanos de una nación un mínimo común denominador de normas inscritos en la Constitución, que deben ser respetados.
Integrar socialmente significa que los inmigrantes no sean marginados en ghettos físicos, pero también socioeconómicos y educativos. Para eso hay que fomentar la movilidad social ascendente. Según The Economist, hay alrededor de cinco mil jihadistas nacidos en Europa. En cambio los jihadistas nacidos en EE. UU. se cuentan en escasas decenas. Esto, en parte, se debe a que Estados Unidos, un país de inmigración, ha integrado mejor a sus inmigrantes musulmanes, particularmente en la dimensión social. En efecto, a diferencia de Europa, la mayoría de los musulmanes en EE. UU. son de clase media. Otro dato significativo al respecto es que el 60% de la población carcelaria en Francia es musulmana y muchos musulmanes se convierten en jihadistas en las cárceles.
Ojalá que los atentados de París se conviertan en la oportunidad propicia para que la vieja Europa, cuna de la civilización occidental, reaccione para defender y promover sus valores fundamentales: la libertad, la igualdad y la fraternidad, en el marco de un Estado democrático y de Derecho, con libertad de cultos, pero también una clara separación de la religión y la política.
Como dijo Jesús de Nazareth: Dad al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios.