EL ALEPH
El lenguaje de la basura
Frente a mí va un camión de basura. La primera sensación que me llega es el olor podrido, porque la memoria es, ante todo, olfativa. Imposible no ver luego a dos jóvenes con ropa oscura y sucia, uno de pie y otro sentado, en el mismo lugar donde van restos de comida, vidrios rotos, toallas sanitarias sucias, latas, botellas, cajas de cartón y los montones de papel higiénico usado. Todo junto, sin criterio alguno de clasificación y reciclaje de basura.
A estas alturas, la experiencia me remite al mismo basurero localizado en la zona 3 capitalina, cuyos alrededores conozco bien. Imagino a ese camión entrando, y me cuesta entender que apenas sea uno de los más de 800 que llegarán ese día a depositar las más de tres mil toneladas diarias de desechos de todo tipo que se van acumulando en el lugar. Las familias pobres que viven en los alrededores, como doña Segunda y sus hijos, están compuestas de guajeros, que separan o u ordenan una basura que es apilada sin los controles técnicos necesarios y suficientes que todo vertedero precisa. Niños cortados con los vidrios rotos que alguien tiró sin envolver, familias enteras con enfermedades respiratorias por los incendios frecuentes, o con enfermedades infecciosas o dermatológicas por el contacto con la basura y la falta de condiciones de higiene apropiadas, cuadros de miseria que confirman nuestro bajo índice de desarrollo humano. Hay una parte que colinda con el Cementerio General, y la imagen de las tumbas derrumbadas en medio de toda la basura es esperpéntica. Ese lugar que antes de 1954 fuera un río, se convirtió, en abril recién pasado, una vez más, en la tumba que soterró a cuatro recolectores de basura.
El tema es de ciudadanía social, de calado económico y de voluntad política. Como sociedad, debemos contar con una mejor educación desde la niñez y en todas las clases sociales, no solo para aprender a clasificar, tratar y reciclar la basura, sino para producir cada vez menos. Los gobiernos, tanto el central como el municipal, tienen la obligación de cumplir con las normas ambientales, con los controles técnicos que todo relleno sanitario debe tener, y sobre todo, con la obligación constitucional y humana de proteger y cuidar a cada guatemalteca y guatemalteco. En el basurero de la zona 3 convergen muchas de nuestras carencias estructurales y eso me lleva a ver otros ejemplos en los que la basura se ha convertido en algo completamente distinto.
El basurero de Nueva York, por ejemplo, se está convirtiendo en un núcleo de desarrollo de fuentes de generación de energía alternativa, luego de 53 años de haber sido el basurero de la ciudad. Allí se habían acumulado más de 150 millones de toneladas de basura, hasta su cierre en el 2001. Esto nace a raíz de que en el 2000 la ciudad inicia la conversión de distintas áreas citadinas en áreas verdes. En ese contexto surge la iniciativa de construir plantas de energía eólica y solar sobre el terreno que antes usaba el vertedero. Más de seis mil viviendas podrían beneficiarse y la capacidad energética renovable de aquella ciudad se duplicará. A partir de 2006, el Departamento de Recreación y Parques de Nueva York comenzó a convertir ese lugar en el Parque Freshkills.
Me parece estar escribiendo de dos planetas distintos. Pero la vida enseña que podemos desear para todos un mejor futuro, y a veces lograrlo. Siempre que voy al basurero de la zona 3 siento que la basura me habla, que denuncia el tipo de sociedad que seguimos siendo. E imagino que allí, donde antes había un río y ahora hay tanta muerte, un día habrá un lugar donde las nuevas generaciones caminarán y correrán libres.
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