SIN FRONTERAS

El poeta y la bestia

|

Corrían los años sesenta y en el Norte, las fuerzas del poder, correlacionadas como siempre, empujaban sus agendas. Particularmente defendían dos atrocidades que la historia luego se encargaría de evidenciar: la guerra innecesaria y la segregación racial. La primera, una intervención en el otro lado del planeta; la segunda, la infamia de que el humano blanco merecía, por ley, privilegios sobre el humano negro. En contra del sistema se alzó una ciudadanía ilustrada, aquellos avergonzados ante el mundo por los excesos del poder. Fue allí donde, en contra de la villanía, surgió Dylan, veinteañero y solitario, con una pluma y su guitarra, cantando, gritando poesía contra los muros del poder.

El jueves despertamos sorprendidos, porque desde Suecia se otorgó el Nóbel de Literatura a Bob Dylan por su “aporte de nuevas expresiones de poesía en la tradición de la canción estadounidense”. Las reacciones fueron variadas e inmediatas, y causó asombro el laurel para alguien a quien círculos culturales ni siquiera consideran literato.

Pero ajeno a esa controversia, exalto lo que de esto puede tomar un pueblo estadounidense que hoy está tan cerca de la posibilidad de designar a Donald Trump, el hombre que ha mostrado el lado pobre del espíritu humano, para imponerse políticamente al mundo. Y aunque las encuestas ahora le son desfavorables, no ignoramos que si acaso pierde la elección, habrá sido más por las torpezas de su propia campaña y no tanto porque sus mensajes bélicos y segregacionistas no hayan encontrado eco en sectores del electorado, en cuya conciencia pasaron de largo los ríos de sangre en Alepo y las calaveras devoradas de centroamericanos en su desierto sur.

Hoy, Trump es la nueva cara de una bestia histórica que persigue a personas, por ser quienes son. ¿Quién no se identifica con el temor de una familia compatriota en las calles de un condado hostil, en sus tiendas, o en sus escuelas, ante la mirada prejuiciosa, clavada y mezquina? La vileza galopea descampada, pero aún, incluso en Guatemala, hay quienes le vitorean.

Un Nóbel honra contribuciones sobresalientes a la humanidad, y específicamente el de Literatura, se otorga a quien produjera la obra más destacada “en una dirección ideal”. Y aunque no puedo decir si este premio llevó mensaje político ulterior, bien vale que los norteamericanos prestos a votar, incluso los que viven en nuestro país, recuerden lo que el joven Dylan representa y que tomen conciencia de cómo ellos influyen, como ninguna otra nación, en los destinos del mundo. Y cómo la desmedida obstinación por su interés propio —que suele ser de corto plazo— puede dejar dolor e injusticia en tierras ajenas.

Hoy, Dylan y su lírica se hacen necesarios como nunca. Un héroe urbano que desde la sinceridad de su trinchera, sin más recurso que su talento, encarna y abraza lo mejor de nuestra especie. Fue columna en la revolución de una generación pacifista, cuya inspiración continúa vigente. Instaló una crítica que derribó lo obsoleto. Y al empujar por la paz, se convirtió él mismo en un monumento a ella, a la paz. Cantó contra la guerra, le cantó a la libertad, la igualdad y el amor. Sus poemas contienen la esencia de la humanidad que buscamos y que, espero, no perecerá.

ppsolares@gmail.com

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: