LA ERA DEL FAUNO
El problema del tránsito
Eran 24 taxis. Quedan unos 14 en ese lugar. Los demás desistieron de pagar extorsión y se fueron a circular por las calles. Los que se quedaron, se organizan de tal manera que cada uno paga quincenalmente dos cuotas para no hacerlo cada semana. Es como un pequeño crédito, a corto plazo, entre criminales y gente honrada.
Se estacionan en los alrededores de unos negocios donde siempre hay clientes. El taxista que me cuenta eso agrega que cuando a los “mareros se les mete, piden una carrera en vez de la extorsión, o a veces piden una carrera además de la extorsión”. Entonces, llegan dos o tres de ellos y solo dan la dirección a la que quieren ir. Aclara que no usan el taxi para delinquir, sino para ser transportados. El caso es que los pandilleros cobran por no matar y además tienen transporte gratis.
Llegado a este punto de la conversación, en lo que él enumera más desgracias observo con detenimiento el interior del vehículo en el que viajo. Sus asientos opacos, el piso gris, el respaldo delantero roto, el techo sucio, las alfombras viejas. Tomo conciencia de que voy sentado en un espacio a veces ocupado por criminales. El taxista lleva coritos. En la radio chilla la voz de un pastor —o apóstol, como le llaman ahora— que entreteje su mensaje con referentes bíblicos antediluvianos. Entra en éxtasis, implora perdón. Tal es el país. Es la ciudad de Guatemala.
Afuera, a vuelta de rueda viajan cientos de miles de carros hacia el norte y hacia el sur, de oriente a occidente; cruzan debajo y encima de los puentes. Son parte de ese millón y medio de vehículos que recorre todos los días el departamento de Guatemala. Buses urbanos y extraurbanos rebalsan de gente. 350 mil motocicletas viajan por los espacios que se forman entre los vehículos. Es un día normal, lleno de éxitos y de fracasos. La ciudad ha llegado a asumir el sufrimiento como parte de la vida cotidiana. Anuncios gigantes en las calles muestran personas felices, comida abundante, condominios rodeados de árboles. Todo contrasta con la realidad. Ya es normal la mentira publicitaria, el tráfico, la extorsión, colgar de los buses para llegar al trabajo. El chofer y el ayudante cruzan el bus a media calle sin importarles que se forme más tráfico. Es normal pagar más y viajar amontonados. Quienes usan carro, ahora salen dos o tres horas antes del punto A para llegar al punto B. Ese tramo antes se hacía en 20 minutos, ahora se hace en tres horas. Se hace normal llegar tarde a todas partes.
Todo eso sucede porque el transporte público fue tomado por el crimen organizado. Se corre tanto peligro en los buses, que la gente gasta su salario en un carro, una moto o en pago de taxis. Se vive la humillación a diario. El mucho tráfico tiene consecuencias en la conducta. Para coronar la iniquidad, el gobierno paga a los transportistas para que continúen robando, amontonando gente, viajando sin luces y cobrando más de lo debido. Fue un crimen, todavía impune, que durante el gobierno de Otto Pérez se ampliara el subsidio al transporte urbano de Q245 millones que tenía en 2014, a Q435 millones en 2015. Todo ese dinero fue parte del negocio electorero para beneficio del prófugo de la justicia Alejandro Sinibaldi, un ratero más que hoy vive de sus caletas.
La solución al problema del tráfico está a la vista. Tan a la vista, que el gobierno no quiere mirarla. Su obligación es retirar el subsidio, deshacerse de esas chatarras y volver seguro el transporte. Mientras eso no suceda, seguirá creciendo el odio en las calles, incluso en contra de los y las indefensas PMT.
@juanlemus9