PERSISTENCIA

El rigor matemático en lo casual y absurdo

Margarita Carrera

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Cuando nos enfrentamos con “el ser del hombre” que, de acuerdo a mi postura filosófica, es el inconsciente, el primer asombro que nos invade es la ausencia total de lo que llamamos “casualidad” y “absurdo”. Porque nada hay casual ni absurdo en el comportamiento humano, regido, de manera inexorable, por su inconsciente.

Para confirmar lo dicho, podríamos recurrir a la psicopatología de la vida cotidiana y a la interpretación de los sueños de Sigmund Freud. Nos asomamos, entonces, al vértigo de la matemática rigurosa que nos gobierna tanto en la vigilia como en el sueño.

Esto, claro está, nos lleva a un fatal determinismo que no deja de causarnos vértigo. Todo lo que digo, lo que sueño, lo que hago tiene una causa de origen científico, lo cual elimina la posibilidad de lo casual y de lo absurdo.

El mundo del absurdo, sobre el que hace énfasis la filosofía existencialista, no es tal. Todo pensamiento, todo acto, toda palabra, toda decisión, todo sentimiento, se ve regido por una energía poderosísima, a la cual solamente nos es permitido asomarnos por el vehículo de los sueños, de nuestro proceder cotidiano —olvidos, fallas en el hablar, omisiones, etc.— o de un autoanálisis con precisión matemática.

Llegamos así a comprender la razón de la sinrazón, la lógica de lo ilógico, la exactitud de lo absurdo.

No admitir esta vertiginosa verdad nos conduce al deterioro de lo único que puede ser considerado como un acto de libertad: el estudio, el análisis, la comprensión del implacable mundo inconsciente, que pareciera manejarnos como a marionetas de una pieza perfectamente hilvanada por un ser todopoderoso que ya tiene escrito, en un libro inapelable, todo lo que concierne a nuestra vida.

Esta es la más tremenda revelación científica de Freud, más allá de lo que se ha llamado —al atacar su psicoanálisis— “pansexualismo”. En el tomo III de La interpretación de los sueños, capítulo X, “Psicología de los procesos oníricos”, no exentos de cierto espanto, leemos: “(…) Así, cuando nos proponemos decir al azar un número cualquiera, el que surge en nuestro pensamiento y parece constituir una ocurrencia totalmente libre y espontánea se demuestra siempre determinado en nosotros por ideas que pueden hallarse muy lejos de nuestro propósito momentáneo (…)”.

De tal forma que ni en la vida despierta ni en los sueños hay nada arbitrario: “pues bien, las modificaciones que el sueño experimenta al ser recordado y traducido en la vigilia no son más arbitrarias que tales números; esto es, no lo son en absoluto. Se hallan asociativamente enlazadas con el contenido, al que sustituyen, y sirven para mostrarnos el camino que conduce a este contenido, el cual puede ser, a su vez, sustitución de otro”.

No leer a Freud, de parte de los filósofos, es como no haber estudiado “la teoría de la relatividad” de parte de los físicos nucleares. Tampoco el sociólogo se puede permitir la ausencia del estudio de la obra freudiana.

Y así como los físicos nucleares reconocen, conocen y estudian a Einstein, los filósofos, los sociólogos y antropólogos —ya no digamos los psicólogos— ignoran de manera casi absoluta los temibles descubrimientos del genio freudiano. Y con base en su ignorancia creen o quieren creer que Freud únicamente gira alrededor de la vida sexual del ser humano, en descuido total de una disciplina rigurosísima.

Ante el rigor matemático que modela y conforma nuestros actos en la vigilia y en el sueño, se llega, asimismo, a vislumbrar la escasa libertad que tiene el humano, el cual cree actuar libremente al tomar decisiones diversas en su vida cotidiana.

La temible verdad científica que descubre Freud es “el determinismo”, que no es otra cosa que el principio de la universalidad de las leyes naturales que incluye al hombre.

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