LIBERAL SIN NEO
El talón de Aquiles del gasto público
Las empresas productivas privadas tienden a dirigir su capital y operaciones hacia aquellas actividades que son más productivas. Por ejemplo, si hacer A es altamente rentable, hacer B es medianamente rentable, y hacer C provoca pérdida, la empresa tenderá a enfocarse en A y descartar C. El principio de la rentabilidad, la generación de ganancia o lucro, somete a la empresa a la disciplina de utilizar recursos de manera que crean más valor, en lugar de consumirlo o destruirlo. La empresa que dirija sus energías y recursos a actividades que producen más recursos de los que consume, prosperará y crecerá, y la empresa que consume más recursos de los que produce, tendrá pérdidas, se verá obligada a corregir el rumbo, o fracasará. La empresa que produce ganancias atraerá más recursos, pues es capaz de “multiplicar los panes”, mientras que la empresa que produce pérdidas, no será capaz de atraer más recursos, porque los pierde o “desaparece”.
La lógica de ganancias y pérdidas es un extraordinario orden social que coordina el uso de recursos y distingue entre el progreso y el retroceso. La lógica de ganancias y pérdidas obliga al uso productivo de recursos, no por decisión de algún comité de expertos, sino por el estricto mandato de la preferencia de los consumidores. El lucro es esencial al progreso.
No se conoce de algún gobierno que realice sus actividades en el orden de su mayor o menor productividad. Un aspecto importante de esta realidad es que no se cuenta con el mecanismo disciplinario y orientador de ganancia y pérdidas, es más, prácticamente no se cuenta con instrumentos adecuados para medir y determinar la productividad del gobierno y el gasto público. El gasto público está determinado por la ruta que ha seguido y por estar sometido a procesos políticos y no económicos, es sumamente difícil cambiar su trayectoria.
El gasto público va creciendo, pero no aumenta en base a una jerarquía de funciones de gobierno y mucho menos guiado por la mayor productividad de sus actividades. Las diferentes agencias y programas de gobierno no están sujetas al continuo proceso de “poda” que opera en el mercado, donde los recursos son prontamente retirados a aquellos emprendimientos que fracasan en crear más riqueza de la que consumen. Una vez que empiecen a caminar, programas de gobierno continuaran operando, incluso “prosperando” —atrayendo más recursos— por mucho tiempo, y es difícil que renuncien a territorio que han ocupado. No hay un proceso económico de “reasignación” que gobierne la asignación del gasto público. No hay precios ni ganancias, y como señala Hayek (1988), “en la evolución de la estructura de actividades humanas, la rentabilidad trabaja como una señal que arroja su selección hacia aquello que hace al hombre más fructífero; solo lo que es más rentable, podrá, como regla, nutrir a más personas, pues sacrifica menos de lo que agrega”.
La ausencia de un mecanismo económico que guíe la dotación o negación de recursos para actividades específicas de gobierno, da gran peso a los rendimientos decrecientes del gasto público. Esto significa que cantidades adicionales de gasto público son cada vez menos “productivos”, con la agregada carga de no tener claridad y métrica para identificar lo que significa productivo. Estas reflexiones pueden ser útiles para cautelar el impulso político y el instinto clientelar de la mano que dispensa fondos públicos. Antes de gastar más, conviene desarrollar e implementar criterios y métricas para evaluar la eficiencia del gasto; su capacidad para emplear medios para alcanzar objetivos.