FLORESCENCIA
Electrificación
Recientemente me encontré con una noticia halagadora y esperanzadora y digna de agradecimiento. Se trata de un esfuerzo de cooperación liderada por una entidad sin fines de lucro internacional, que suman esfuerzos por llevar electricidad a las aldeas más remotas de Guatemala, desde 2016.
Me alegré sobremanera enterarme que existen extranjeros que se preocupan por las miles de familias que viven bajo el umbral de la pobreza y que sin acceso a servicios de energía eléctrica, están condenados a un progreso lento, mientras que el resto del mundo gira a la velocidad de la luz.
Al mismo tiempo que me alegro por este tipo de noticias, también reflexiono sobre el hecho de que la tarea de llevar electricidad y posibilidades de desarrollo a todas las personas en Guatemala, nos corresponde a nosotros como sociedad guatemalteca.
Ciertamente que, de acuerdo con los datos oficiales, el índice de cobertura eléctrica supera el 92% de la población. Quizás esto suene satisfactorio, pero si formáramos parte del restante de la población sin electricidad, no importa que el 99.9% tenga cobertura, nuestro mundo estaría literalmente apagado. Insólito para un país con empresas que brindan el servicio a un bajo costo y que tienen de sobra para venderlo al exterior.
La labor de las cooperativas internacionales es digna de admirar, de aplaudir y agradecer, puesto que se trata de un esfuerzo de decenas de voluntarios que dejan a sus familias y llevan sus conocimientos a los lugares más remotos del país, para llevar energía donde posiblemente, sin ese esfuerzo extra, difícilmente llegará.
Es tiempo de cerrar esta brecha y encontrar alternativas para la electrificación rural. Por ejemplo, en la región ixil, en Quiché, algunas comunidades autogestionan sus propias minicentrales hidroeléctricas que han logrado instalar gracias a la cooperación internacional. Aunque se trate de iniciativas autónomas de manejo de las empresas comunitarias de electricidad, como sociedad no deberíamos dejarlos olvidados a su suerte.
Recordemos que la introducción de energía eléctrica propicia a las comunidades la posibilidad de mejorar su calidad de vida. Uno de los primeros impactos es la reducción en el consumo de leña, el cual redunda en la salud, sobre todo de las mujeres y que cobra vidas —yo lo sé porque hace dos años perdí a mi madre por un cáncer que inicio por el humo de la leña. También abre la posibilidad de diversificación de la producción, beneficiando la economía de los hogares y de las comunidades. Y, claro, tiene un impacto importante en la educación y el acceso a tecnología.
Sin duda, el trabajo es de las instituciones públicas por llevar energía a más comunidades e ir cerrando las brechas de desigualdad. Pero para esto los ciudadanos debemos seleccionar bien a nuestros servidores públicos para que hagan el trabajo por el cual les estamos pagando, y si esto significa exigirlo por las calles o por diferentes medios, es nuestro deber de hacerlo.
¿Cómo podríamos lograr la cobertura al 100% de la población? Es posible con alianzas entre las empresas municipales, las cooperativas o empresas de electricidad y las comunidades. A un nivel macro— vi esta colaboración cuando instalamos un laboratorio en una aldea, donde nosotros pusimos las computadoras, la comunidad construyó la sede y la municipalidad puso la electricidad.
Mientras tanto, mis más sinceros agradecimientos a iniciativas extranjeras que nos dan una mano para seguir avanzando en el desarrollo que tanto anhelamos para todos. Gracias por darnos esperanza e inspirarnos a tomar el futuro en nuestras manos.