SIN FRONTERAS
En busca de la persona indicada
En Guatemala, especialmente después de 2015, percibo una ansiedad por encontrar a las personas que lideren hacia el futuro. Se busca, particularmente, a quienes no tengan ambición por el enriquecimiento personal. Esto desde ambos lados de la esfera política. Pero los liderazgos no afloran. Y me cuesta creer que en todo el país no exista persona honorable y capaz de conducir una propuesta nacional, independientemente de su ideología. Más bien, me decanto por refrendar que existen límites para que estas personas florezcan políticamente.
Mucho hemos discutido sobre las minas que existen en nuestro propio sistema electoral, y de alguna forma, se están atendiendo. Pero también, repetidamente vemos ocupar posición de liderazgo hacia el futuro, a los agentes externos que combaten el prototipo mafioso que gobierna el país. Y en esa línea, aceptamos un paradigma que no necesariamente es correcto: “si nos ayudan a destruir (las mafias), nos ayudarán a construir (el país)”.
Esta semana, el embajador Robinson nuevamente hizo declaraciones que desorientan a la población. Prácticamente, fijó su posición de sostener al presidente Morales, a quien respaldó a pesar de sus imperfecciones —las relativas a transparencia incluidas—. Y el ciudadano entusiasmado con la posición anticorrupción del aliado estadounidense queda desconcertado, pues más bien, esperaría una posición tajante que no admite gota corrupta en los funcionarios. Bajo esta lógica, la Casa Blanca nos acompañaría en el ideal de querer a un hombre limpio en la presidencia. Yo cuestiono si ese es el ideal que busca un país cuya naturaleza política es controlar.
Al conocer la médula estadounidense, destaca que su motivación, la esencia de su carácter, es el pragmatismo. El “americano” es un ejecutor; cuando ubica un problema, lo atiende. Y al hacerlo, se propone dos acciones: destruir el inconveniente y construir la solución. Este principio de buena gestión lo utiliza desde en casa, digamos con un jardín en mal estado, hasta las altas esferas de su política exterior, a la hora de colaborar en sus territorios “amigos”.
Escuché una vez al columnista del New York Times Thomas Friedman hablar sobre política exterior, criticando la ineptitud estadounidense de construir países tras haber intervenido para destruir sus males. Esto, citando la experiencia en Bosnia, Libia, Irak y Afganistán. Guatemala frecuentemente es demasiado pequeña para ser citada, pero no hay duda de que aquí también se dio el paradigma de destrucción —del Estado fallido— y el posterior intento de construcción —control a través del Plan Alianza para la Prosperidad—. Esto último bajo la excusa de detener el flujo migratorio. Pero el Plan no ha trabajado en fortalecer las comunidades expulsoras de migración, así que el fin aparentemente es otro.
Muchos celebramos el desmantelamiento de un cáncer corrupto que como país no pudimos revertir. Pero queda la impresión de que fallamos a la hora de la construcción. Buscamos liderazgos afuera, entre quienes tienen sus propios objetivos. Y en esta ecuación sirve observar el ejemplo británico que después de la guerra rechazó la reelección de Churchill, su héroe, al cuestionar si el hombre indicado para la guerra era el hombre indicado para construir la paz.
Idealizar a los alfiles de la batalla contra la corrupción en Guatemala es distorsionar la naturaleza misma de los cargos que ocupan. Entre sus objetivos podrían estar, incluso, mantener a funcionarios que puedan controlar por su debilidad ante la corrupción. Cada actor tiene un trabajo que debe ejecutar. Los agentes diplomáticos tienen su tarea. Y nosotros, como ciudadanos, tenemos la nuestra, que muy bien podría ser el fortalecimiento de los valores que existen en los semilleros de pensamiento nacional.
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