SIN FRONTERAS

En la ciudad de los Señores Oro

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Nuestra Ciudad de Guatemala es un monumento a su ideología predominante. En una sociedad donde las capas medias y altas han dedicado una vida a venerar el individualismo, el tráfico —atascado e irracional— no es más que el resultado de lo que su gente aspira. La libertad individual ha conducido al anhelo único por la propiedad privada; y ésta, en el tráfico, resulta en una lógica insostenible: una persona equivale a un vehículo. Y así, en ese absurdo, vamos todos atorados, taponados y perdiendo paz mental y vida frente a una evidencia irrefutable: que el derecho individual no conduce –en este caso— al ejercicio de una libertad, nuestra libertad a movernos; movernos por nuestras calles y movernos en nuestras vidas, hacia delante.

En una ocasión acordé ir al aeropuerto a recibir a un pariente que vive afuera. Coincidimos ambos en hora de salida; él desde Miami, y yo desde mi casa en un suburbio de la ciudad. Lo inaudito fue que coincidiéramos también en la hora en que llegamos al aeropuerto; él, en su vuelo trasmarino y yo, superando el exasperante congestionamiento. Los vecinos conocemos estas historias como lo frecuente y usual; pero a ese pesar, la sociedad no exige de su gobierno municipal un transporte público, colectivo, masivo y de calidad, que sustituya aquella lógica del vehículo individual privilegiado. Valioso sería estudiar esto a fondo, pero lo veo conectado con el desprecio en el ideario urbano hacia lo público y lo común, que perniciosamente y con frecuencia, es etiquetado como socialismo o comunismo.

En un mundo coherente, se esperaría que quienes han podido disfrutar en el extranjero las bondades de sistemas colectivos de transporte, aspiraran a lo mismo, aquí en casa. Y no hacen falta comparaciones pretenciosas con el primer mundo. En Latinoamérica hay ciudades que han cumplido con proveer a sus vecinos de sistemas cómodos, integrales y funcionales. Según se encuentra en la Internet, en 2014, la firma Arthur D. Little y la Unión Internacional de Transporte Público, publicaron un índice que clasificó 84 ciudades del mundo, según su calidad de transporte público. Guatemala –para nuestro alivio— no fue observada, pero en Latinoamérica, las ciudades con mejores resultados fueron Santiago (Chile), Bogotá, Sao Paulo y Río de Janeiro. La mayoría de las mejor clasificadas cuentan con ferrocarriles urbanos o metros, los cuales se pueden encontrar ya en más de treinta ciudades latinoamericanas. En cuenta, la ciudad de Panamá y San Juan, en Puerto Rico (ambas ciudades con menor población que Guatemala).

La idea de un metro para nuestra urbe, que nos conduzca –digamos— del centro a Mariscal en unos veinte minutos, es algo que en lo personal añoro; y me niego a creer que ciudades más pequeñas lo hayan logrado, o lo estén contemplando, como San José, en Costa Rica. Se escuchan versiones que explican que aquí un metro no es la solución, pero más que buscar una explicación técnica, me preocupa la actitud ciudadana que, en vez de exigir estas soluciones a su gobierno municipal -que ha tenido décadas de continuidad para planificar—, se preocupe más por ahorrar los quetzalitos necesarios para comprar un vehículo más, o añorar tener lo necesario para una vivienda más cercana al centro de la ciudad.

Esta semana, al desenvolverse la acusación por corrupción desde la alcaldía de la capital, reflexiono sobre cómo el ideario urbano aceptó del gobierno del PAN la muerte de la idea de que los bienes públicos le sirven y le pertenecen. En la ciudad capital hay tantos que le aspiran agradar al Señor Oro. Y en su imaginación, Señores Oro todos, le aceptan ese pensamiento único de propiedad privada, que hoy nos tiene atascados. Y pienso en cómo ese ha sido el más grande robo. El sustraerle a la gente la idea de que el Estado les pertenece.

@pepsol

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