PERSISTENCIA

Espíritu y materia o “espiteria”

Margarita Carrera

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A partir de Sócrates, el mundo occidental ha vacilado en su inclinación hacia el espíritu o hacia la materia. Porque Sócrates fue el primero que estableció no sólo la separación sino la oposición entre estas dos esencias. Y condenó la materia. Y elevó el espíritu. ¿Pero qué es, en verdad espíritu y qué es materia dentro del inmenso Cosmos? La luz de una estrella que llega por medio de millones de años, ¿es sólo materia? ¿es también espíritu? El canto de los pájaros que me amanecen cada día dentro y fuera de mí, ¿es sólo materia? ¿es espíritu? El abrazo pleno de amor que doy al hijo ¿es sólo materia? ¿es espíritu? Y así podría seguir “ad infinitum”, para concluir, por fin que es imposible separar una esencia de la otra.

Sócrates implanta el rigor y el despotismo de lo que llama “espíritu”. Por ello entiende el negar de esta vida y sus riquezas y, en entrega total a la muerte, resucitar en espíritu en un más allá. Luego, para él, el mar, los mares inconmensurables, sus oleajes impetuosos o mansos; el murmullo del viento en medio de los árboles, el renacer eterno de la rosa, como el nacer diario del alba; el amor mismo en su entrega de erotismo, la caricia, el beso, la unión intima de dos seres, el nacimiento de un hijo, el desborde de felicidad en entrega total al día que se vive, a la hora, al minuto, al segundo; el sueño, los sueños cuando dormimos; los deseos escondidos, las ansias, angustias, dolores, luchas internas y externas; el escuchar la música que nos llega al alma pero por medio de ondas que son materiales; y el alma misma ¿es sólo espíritu? ¿es materia?

No cabe duda que el occidente debe aprender mucho del mundo oriental. Abrirse a otros horizontes. No quedarse encerrado en un único mundo que no es válido sino para la búsqueda de otro mundo. Abrirse a todos los mundos. Del más acá. O del más allá, que al nacer de la mente de los que viven es este hoy y aquí, es también palpable, tangible por medio de sueños imprecisos o precisos, de fantasías, de alegorías poéticas. Aprender a oír, a ver, a pensar de manera distinta. Despojarse de la coraza de la civilización oriental. Y aún más allá del oriente. Todos los mundos. Más allá del planeta Tierra. Otros universos. Otras figuras vivas parecidas o no a las humanas.

Romper con todas las barreras; no creando nuevas barreras; estar en todo y en todos, o tratar de estar en todo y en todos; y sólo tratar de ser. Y volverse como el viento, como la música, como el agua, como el fuego, como la luz. Porque somos todo eso y aún más que es materia y es espíritu; o que es espíritu vuelto materia; o materia vuelta espíritu. Unir las dos palabras en una sola “espiteria”, por ejemplo. Porque también hay que inventar palabras nuevas cuando son necesarias. Las palabras se convierten en nuestras alas; son nuestras alas con las que penetramos otros seres. Crear. Pero para crear, abrirse al Universo, al infinito y a lo infinito. Y no pensar, neciamente en “lo que no es”, como los obtusos y oscuros filósofos occidentales del existencialismo, sino en lo que es, con espíritu positivo, con materia positiva, con “espiteria” positiva.

Hasta el oro, el dinero nos puede conducir a la “espiteria”; proporciona el “ocio creador” del que hablan los clásicos, nos hace deslizarnos en galería de arte, en museos, bibliotecas, comprar obras de arte, libros, pianos, violines mágicos, casas a las orillas del mar, de los lagos, dar la vuelta al mundo conociendo sus microcosmos y macrocosmos; paladear vinos dionisíacos; entrar en un erotismo de plenitud sin apremios de carencias, de compromisos.

Lo único que se opondría a la “espiteria” sería el instinto de destrucción. Comprar armas, fabricarlas para ejercitarse en el odio, en la ira, en la venganza, en negación empecinada de todo lo que es vida y aspira a ser más vida.

margaritacarrera1@gmail.com

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