La familia educa para la paz
Han pasado 17 años de la firma de los acuerdos de paz, y es muy poco lo que hemos avanzado. Ha faltado voluntad e imaginación creadora de quienes dirigen nuestra nación al más alto nivel, desde los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se dedicaron a proteger sus intereses y negocios mientras al país lo han dejado a la deriva. Los ciudadanos también hemos hecho poco.
Corresponde a nuestras familias asumir con mayor esfuerzo y creatividad el desafío de educar para la paz. En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del Año Nuevo, titulado La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz, el papa Francisco afirma que “la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor”.
Es en la familia donde se pueden “recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza. Estas virtudes nos ayudan a superar los momentos difíciles y a redescubrir los vínculos fraternos que nos unen unos a otros estas virtudes son necesarias para construir y mantener una sociedad a medida de la dignidad humana”.
Para que la familia sea educadora de la paz, requiere al menos de cuatro características: primero, amor entre los esposos. El hogar es fuente de paz cuando los padres se quieren y apoyan recíprocamente, comparten penas y alegrías; cuando se perdonan, dialogan y confían entre sí. Segundo, buena relación entre padres e hijos. Si padres e hijos viven enfrentados y sin comunicación alguna, la vida familiar es una pesadilla, no hay alegría y todos sufren. La familia necesita un clima de confianza mutua para pensar en el bien de todos.
Tercero, atención a los más vulnerables, acogiéndolos, brindándoles apoyo y comprensión. Cuidando con amor y cariño a los más pequeños, amando y respetando a los mayores, atendiendo con esmero a los enfermos o discapacitados, acompañando al que más sufre. Finalmente, efectiva solidaridad con los pobres, esto implica no encerrarse en sus problemas e intereses, sino abrirse a las necesidades de otras familias, especialmente aquellas que viven en extrema pobreza o aquellas rotas que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material; familias de inmigrantes que piden acogida y amistad.
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