LA ERA DEL FAUNO

Fanatismo e intolerancia: ver la basura en el ojo ajeno

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Para no molestar al vecino, se supone que el cerco ideológico se traza en el patio de la casa. El problema surge cuando se intenta colocar los mojones personales en todo el país; cuando se espera que los demás piensen igual que uno, o al menos en forma parecida.

Es fácil aparentar amplitud de criterio cuando las ideas contrarias no perturban. Si todos hablamos mal de un país que ni siquiera conocemos, no hay problema. Si apedreamos la ideología que nos dicen que es nefasta, todo bien. Pero si resulta por ahí alguien con pensamientos distintos, aparece la superioridad moral que habilita al intolerante. El religioso se cree divino, como emparentado con Dios. El fanático del futbol se siente heredero de una tradición familiar, de toda una dinastía que siempre ha vestido tal o cual color, por lo tanto, se ve obligado a defender, a veces violentamente, la camisola.

El seguidor de una ideología se considera ubicado en el lado correcto del río, lo cual, me parece, es congruente, pues si no se cree estar en el lado correcto, para qué se está. Lo abusivo deviene cuando se asume dueño del río y de la otra orilla. Aclaro que escribo ideología por mera cortesía, dado que, al menos en nuestro país, se suele tomar por ideología a un repertorio de pensamientos ajenos, nociones, campanadas que se ajustan a las expectativas propias. En el sentido estricto, el seguidor de una ideología por lo menos la lee, no solo la siente y con ello está listo para dictar cátedra en la U o las redes sociales. Lo mismo pasa con el crítico de las ideologías, ese que las considera devaluadas en relación con la realidad mundial: rechaza lo que conoce.

No me las doy de conciliador y menos de imparcial observador por encima de la variedad emotiva. No serán para mí estas palabras de Canetti: “hablas como un enviado”. De hecho, vivo en bancarrota moral. No tolero, por ejemplo, que venga un grupo de curas a pedir que quiten de la carretera una valla que había sido colocada por Humanistas Guatemala, la cual decía: “No necesitas un dios o una religión para ser buena persona. Si lo sabes, no estás solo”.

Si se toleran los desayunos de oración a los que acuden los gobernantes, las cruzadas de milagros, las bendiciones lanzadas a diestra y siniestra en estadios; si hay encuentros con la divinidad que provocan atascos de tráfico, si hay autollamadas casas de Dios, ciudades de Dios, países entregados a Dios, procesiones, súplicas públicas para que venga el Papa, cierre de calles, ¿por qué temer a una valla cuyo mensaje invita a quienes piensan diferente, a sentirse incluidos en determinado espacio? Si se lee bien, se verá que ni siquiera es una idea contraria, no es un mensaje ateo, ni desafiante, apenas una invitación para los aislados, o para que los ateos salgan del clóset, quién sabe.

La superioridad moral es algo sucio, por no decir asqueroso. El monopolio de la conciencia fue medieval y estuvo emparentado con la Corona, que a su vez era amamantada por sus esclavos y comerciantes. Hablar en tiempo pretérito, según se ve, es mera convención porque no hemos avanzado. En pleno siglo 21, un camaleón alado se posó encima de nuestra nación y reunió bajo su sombra a los elegidos.

El resto debe aceptar sus verdades. Si son cuestionados sus mojones religiosos, deportivos o “ideológicos”, deberá hacerse en voz baja y atenerse a una penitencia, la de repetir que la moral y la iglesia son la misma cosa, que la espiritualidad solo es buena cuando implica temor de Dios; que Venezuela es socialista, que Cuba es comunista y que Confucio es el inventor de la confusión.

@juanlemus9

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