CATALEJO
Hay, hubo democracia, ¿o solamente es utopía?
Utopía es 1) “plan, proyecto, doctrina o sistema que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”; 2) “…de muy difícil realización”; 3) “representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano. (Diccionario de la Lengua Española, 2001, (1); (2 y 3: 2014). Por su parte, democracia es una forma de gobierno en el cual el poder político es ejercido por ciudadanos (no por reyes); la soberanía reside en el pueblo y ejerce el poder directamente o por medio de representantes; practica la igualdad de los derechos individuales, independientemente de etnias, sexos, credos religiosos. A la luz de la realidad histórica se evidencia el alto ingrediente de esperanza, a veces ingenua, de quienes luchan por instalarla y mantenerla.
Intentos de establecerla en Guatemala ha habido varios. Los más importantes fueron la revolución de 1944, cuyo fin era hacer a un lado al dictador y establecer las otras características señaladas en el párrafo anterior. El segundo fue en 1984, con la actual Constitución (aún no desarrollada totalmente), cuyo fin era hacer a un lado los regímenes militares, con la venia castrense, convencida de los efectos negativos para su imagen por los regímenes controlados directa o indirectamente por ellos. Se pensó ingenuamente en considerar a gobiernos civiles como necesidad indispensable para lograr la democracia real. Dos intentonas de golpe de Estado castrenses fallaron, así como el “autogolpe” serranista. Durante ocho ocasiones, votaron sin temor a robo electoral.
Sin embargo, desde ese principio comenzó a manifestarse un fenómeno hasta cierto punto inesperado. De robos de vueltos, por decirlo así, esa democracia electoral se convirtió en fábrica de millonarios sin recato alguno. Las generaciones nacidas desde entonces comenzaron a desencantarse de esa corrupción, llevada a niveles impensables y con un par de excepciones, encabezada por los mismos presidentes y su gavilla de impresentables, con el agregado del silencio de quienes actuaron de manera correcta. De esa generación, algunos se manifiestan para cambiar ese estado de cosas, pero otros, tristemente, se han adaptado con facilidad a través de la participación o aceptación de la politiquería, para beneficio de los delincuentes politiqueros, impresentables a más no poder.
Como en el mundo ocurren situaciones similares, aunque no al extremo de Guatemala, el fenómeno de la corrupción está estremeciendo las columnas de la política. Los partidos nacionales están en decadencia y triunfan quienes son una mezcla de ilusos, malintencionados o simplemente torpes, vengativos o deseosos de restablecer órdenes ya superados por la Historia, a la cual –por cierto— ignoran o no saben interpretar. Nunca se debe nadie cansar de repetir la imposibilidad de llegar a una democracia si no existe paralela la educación de los posibles votantes, tan fáciles de engañar por populistas. Con esas premisas, ¿cómo debemos los guatemaltecos responder a la pregunta si hubo o hay democracia en nuestro país, si hay problemas tan serios como el altísimo crecimiento de población?
La democracia, por otra parte, debe tomar en cuenta la idiosincrasia, la cultura, lo ancestral de los países donde se desea implantarla o mantenerla. Es un sistema difícil, porque lleva mucho de corrección, de ética. Pero se debe luchar por alcanzarla o perfeccionarla, para evitar la llegada de una dictadura, es decir, “un régimen político que, por la fuerza de la violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales” (DLE, pág. 794). Pero sobre todo, para impedir el deseo de crear una dictadura por una población harta de los abusos, las arbitrariedades y el pillaje de quienes utilizan los principios democráticos para luego destruirlos y con ello causar el arrepentimiento de quienes los subieron en una escalera de votos.