CON NOMBRE PROPIO

Ideología, dolor y solidaridad

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¿Puede el dolor conocer colores?, ¿puede el dolor ser ideológico? Somos tan duros que los crímenes se justifican si “el pensamiento político lo obliga”, y si así funcionamos no tiene objeto hablar de democracia, república, reforma constitucional, modernización de justicia, desarrollo del capital rural, reglas de competencia para un mercado plagado de privilegios y cuantas cosas más. El objetivo de vivir en sociedad es crear sentimientos de solidaridad, y si eso es un lujo, no hay mayor futuro.

Nuestro país registra un gran número, a la fecha, de desaparecidos por causa del enfrentamiento armado interno. Personas que no se tiene idea de dónde están o qué les ocurrió luego de haber sido, en su mayoría por fuerzas estatales, arrancadas de su familia, siguen desaparecidas y esto nos debe obligar a todos, gente de izquierda, de derecha y apolíticas, a repensar la sociedad que creamos.

El caso de Marco Antonio Molina Theissen es paradigmático para comprender el alcance de lo que como sociedad debemos tejer. Marco Antonio tenía 14 años, estaba en su casa en la colonia La Florida, con su mamá, cuando varios hombres armados que se conducían en un carro con placas oficiales allanaron la residencia, los golpearon, los engrilletaron, les taparon la boca con masking tape y al patojo lo metieron a un costal para tirarlo en la palangana del vehículo. La madre corrió tras el picop pero nada pudo hacer, y así esa familia conoció el más grande de los dolores.

La familia de Marco Antonio gestionó ante tribunales, iglesias, gobierno, ejército, policía, instancias nacionales de búsqueda, organizaciones de derechos humanos, pero a la fecha no se tiene idea de qué hicieron con Marco Antonio. La cobardía no tiene clemencia. Se tiene que ser canalla para no sentirse obligado a ser solidario con una familia que sufre esta desaparición desde el 6 de octubre de 1981, y además sabiendo que hay muchos más Marco Antonios. ¿El dolor termina con el tiempo? ¿Se olvida a un hijo o a un hermano desaparecido? ¿Qué hacemos al tener certeza de que existió, desde el Estado, una política para desaparecer gente sin importar género, clase social o edad?

No podemos ser tan pendejos. La desaparición de Marco Antonio Molina Theissen nos debe obligar a vernos en el espejo y exigir al Estado resultados sobre su destino y paradero. Cuando existe una muerte en la familia, el tiempo sirve para convivir junto al dolor, se aprende día a día a lidiar con ese desgarre del corazón, pero cuando existe una desaparición, el tiempo lo que produce es lo contrario y lo hace más crudo y más amargo; la soledad se agiganta con el tiempo y se tornan las batallas más difíciles.

Por la desaparición de Marco Antonio hay militares de alto rango detenidos y están siendo juzgados. A la fecha, quien escribe no tiene mayor conocimiento de ese proceso y no tratan estas líneas de presionar a nadie. Serán los jueces los que deban conocer, la Fiscalía la que deba probar y la defensa la que deba desvanecer. Lo que debe intentarse es que esos procesos sean rápidos, certeros, objetivos y con acertada información pública porque la trama judicial sirve también para crear impunidad.

El proceso judicial es para establecer responsabilidades personales, pero lo más importante es una cuestión que no amerita ningún matiz y que no tiene otra explicación: el Estado fue el responsable al operar con impunidad, hasta en vehículos oficiales, delitos de lesa humanidad; entonces ese Estado, antes de cualquier cosa, debe decir en dónde está Marco Antonio y así una familia puede terminar su calvario y emprender un nuevo duelo. ¿Le parece que esto es ideológico?

@Alex_balsells

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