CATALEJO
Incierto futuro del partido oficial
Muchas veces se ha dicho, con razón, de las características tan peculiares de esas curiosas semitribales conocidas en nuestro medio con el apodo de partidos políticos. Es un mote porque no llenan prácticamente ninguna de las condiciones de una agrupación de esa naturaleza, y esto se ha potencializado a partir del fin de los partidos ideológicos del país existentes cuando la Constitución actual fue discutida por una asamblea especialmente integrada por medio de la votación popular de una sólida mayoría de electores, hace ya largos 33 años. Los ciudadanos, y me incluyo, en realidad vimos en la integración de gobiernos electos e integrados mayoritariamente por civiles, lo cual muy pronto comenzó a ser sólo una ilusión: militares y no militares podían ser igual de malos.
Los partidos creados a partir de esa fecha comenzaron la etapa de caracterizarse por ser agrupaciones organizadas de manera centralizada alrededor de un autoproclamado líder, rodeado de incondicionales. La política se convirtió en un negocio, en una patente de corso, de una autorización para el pillaje y cada gobierno entonces se convirtió en la expresión de todas las lacras de la mala práctica de la política: amiguismo, corrupción, burla de la ley, irresponsabilidad. Nadie se escapa de una tendencia iniciada de manera digamos tímida por la Unión del Centro Nacional, pero continuada hasta el paroxismo por el Partido de Avanzada Nacional, con Arzú, el Movimiento de Acción Solidaria, con Serrano, el Frente Republicano Guatemalteco, con Ríos Montt.
Hubo algunos causantes de cierta hilaridad incluso por sus siglas: la GANA, y esto desembocó en absurdo intento de aprovechar conceptos para identificarlos como definiciones de politiquerías. Tal fue el caso del Partido Patriota y el del Partido Líder, ambos ahora desaparecidos, como todos los demás, cuando quienes los encabezaban lograron su fin: ser el Señor Presidente —así, con mayúsculas— considerado como un monarca absoluto, rodeado no sólo de aduladores, sino de compinches en la tarea del ya mencionado pillaje. A la prueba de fuego de llegar a la presidencia o llegar a ella sólo sobrevivieron en partido Creo y la Unidad Nacional de la Esperanza, esta última ahora envuelta en el temor de ser el siguiente partido llevado al banquillo de los acusados.
Dentro de este ambiente, nació el actual partido oficial, FCN-Nación, con una característica distinta: era el emblema del regreso de la viejísima política, no de la vieja, representada por personajes de cuyo cuestionamiento no se debe hablar, por ser pérdida de tiempo, quienes tuvieron la habilidad de colocar a la cabeza a un personaje con cero preparación política, pero conocido y apreciado por gruesos grupos poblacionales. La flauta sonó, y el hastío y rechazo ciudadano ante la vieja política, más una frase dirigida a señalar la falta de corrupción y de latrocinio, tuvo como resultado una victoria increíble al principio de la contienda pero luego esperada por los analistas serios, por ser un efecto del rechazo a las viejas prácticas, representadas por el partido y la candidata del otro partido.
Por todo ello, al resultado no se puede considerar una victoria porque son votos favorables a alguien, sino del rechazo al otro, lo cual ciertamente había ya pasado en Guatemala pero no con tanta evidencia. Los votos obtenidos por la de la vieja política no fueron a su favor, en la mayoría de casos, sino como resultado del convencimiento de los riesgos de darle el poder a alguien sin experiencia, sin equipo humano y con capacidad cuestionable –aunque tuviera buena voluntad. A 15 meses de distancia, la misma supervivencia del partido oficial, ya desprestigiado a más no poder por su delirio de tránsfugas y de figuras francamente nefastas, la supervivencia del FCN-Nación depende de la aplicación de la Ley Electoral en cuanto a lo referente a las aportaciones opacas cuando su Secretario General era Jimmy Morales.