TIERRA NUESTRA
Jerusalem no necesita reconocimientos
Viví un tiempo en Israel. Conocí a muchos ciudadanos israelíes, religiosos y no religiosos. Conversé en varias ocasiones con funcionarios, políticos y académicos de ese país. Esa experiencia me hizo llegar a la conclusión de que el mundo en general ignora significativamente cómo piensan y actúan los israelíes. Puedo comentar una experiencia extraordinaria. Compartiendo un diálogo entre embajadores centroamericanos y el expresidente y premio Nobel de la Paz Shimon Peres, este último expresó sin reservas algo que en verdad me impresionó: “Nosotros los israelíes, al contrario de lo que piensan muchos, no necesitamos el apoyo de EE. UU.; por el contrario, quisiéramos que no interfirieran tanto en nuestros asuntos internos. Nosotros habríamos avanzado más actuando por sí mismos ante el pueblo palestino. Muchos de nosotros hablamos árabe y muchos palestinos hablan hebreo. Nos unen muchos vínculos. Nos une la historia. Los gobiernos de EE. UU. intentan imponer conductas políticas que la derecha israelí acata, pero que no han ayudado a resolver nuestros conflictos”.
He tenido contacto con amigos israelíes, incluyendo algunos nacidos en Guatemala que ahora viven en ese país, he descubierto aspectos de suma importancia. Uno de ellos se relaciona con la decisión del presidente Donald Trump de reconocer a Jerusalem como la capital de Israel. El criterio generalizado de los amigos citados es que no es necesario ni conveniente tal reconocimiento. Jerusalem, según ellos, siempre ha sido y será la capital de Israel. Por tanto, no se hace necesaria tal posición, aun viniendo del presidente de la primera potencia mundial. Otros la consideran inoportuna porque con ello se alimentan de nuevo los sentimientos de odio y confrontación que podrían generar violencia y dolor.
Mientras viví en Israel y después de ello, he seguido con atención las acciones y la obra de intelectuales israelíes de primer orden como David Grossman y Amos Oz, ambos escritores consumados. Jamás renunciaron a la defensa de su país y de su pueblo, pero también reconociendo y haciendo valer siempre los derechos del pueblo palestino. Particularmente David Grossman, que aún habiendo perdido un hijo de 20 años producto de un combate militar frente a organizaciones armadas palestinas no claudicó en su posición por una solución justa para ambos pueblos. El profesor Nahum Megged, quien me dedicó largas horas en Jersualem para explicarme la complicada historia del pueblo de Israel y el entramado histórico de sus conflictos, me mostró un documento escrito por Golda Meir en el que ella expone: “No creo en eso de que Israel sea el pueblo elegido de Dios. Yo creo que el pueblo de Israel tiene, sí, el mérito de haber elegido por primera vez al único Dios”. Documento en donde se expone la filosofía política de la ex primera ministra, en donde siempre y a pesar de su férrea línea conservadora, expresó el reconocimiento del pueblo palestino y la necesidad de concretar acuerdos de paz definitivos con sus vecinos: Líbano, Siria, Jordania y Egipto.
Mi posición personal al respecto: el pueblo de Israel tiene raíces milenarias, histórica y arqueológicamente innegables. Es un pueblo que nunca ha iniciado una agresión contra otros pueblos; por el contrario, ha sido un pueblo víctima: las cruzadas, el holocausto nazi, la guerra de 1948 contra su naciente Estado, la guerra de los Seis Días, en 1967, y la flagrante agresión sufrida en 1973 cuando celebraba Yom Kippur. Y respecto de su capital, Jerusalem lo ha sido, lo es y siempre lo será. Por tanto, la posición del Gobierno de Guatemala al respecto se perfila como oportunista e innecesaria.