PUNTO DE ENCUENTRO
Jimmy Morales, de cuerpo entero
El 2017 terminó con dos decisiones del gobierno de Jimmy Morales que solamente confirman su ignorancia e ineptitud —la suya y la de la mayoría de su gabinete— para hacer frente a las cuestiones de Estado; ratifican su alianza con los sectores más conservadores y reaccionarios —nacionales y extranjeros— y su interés por congraciarse con la cúpula empresarial guatemalteca y con el presidente estadounidense Donald Trump, a ver si logra de una vez y por todas que el gobierno de los EE. UU. retire su apoyo a la molesta Cicig y a su comisionado.
El anuncio del traslado de la embajada de Guatemala a Jerusalén y el mísero aumento al salario mínimo (diferenciado además para los trabajadores del sector exportador y de maquila) y las razones que esgrimió para adoptar ambas determinaciones dan vergüenza ajena y reflejan el desconocimiento enciclopédico del señor Morales, aprovechado convenientemente por quienes integran sus círculos de influencia y apoyo —el sector empresarial, la alianza evangélica y los militares de la contrainsurgencia—.
Vayamos por partes. A partir de los procesos penales que involucran a su hijo y a su hermano y de las investigaciones contra sus mentores —los militares de la guerra, fundadores del FCN (el vehículo electoral que lo llevó a la presidencia)— y de la solicitud de antejuicio en su contra por el delito de financiamiento electoral ilícito, Jimmy Morales pasó a integrar el bloque pro impunidad.
Habiendo fracasado en su intento por declarar non grato al comisionado Iván Velásquez y convencido que el camino para debilitar el trabajo de Cicig es que el gobierno de EE. UU. le retire el apoyo a la Comisión y a quien la dirige, ni lerdo ni perezoso Morales decidió adular al magnate y votar en contra de la resolución de la ONU que condenaba la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel (junto a un connotado grupo de naciones como las islas Marshal, Togo y la Micronesia) y además anunciar el traslado de la embajada guatemalteca. Por supuesto que también ayudó su fundamentalismo religioso (eso del estado laico a estas alturas es ya una ficción), la relación entre el ejército de Israel y los militares guatemaltecos de la época de la guerra (a quienes Morales responde y obedece) y el doctorado honoris causa que la Universidad Hebrea de Jerusalén le otorgó al mejor estilo de la de Corea del Sur y Baldetti.
No creo que Morales sepa y tampoco que le importe demasiado que su decisión contribuya a una escalada de violencia en la zona, rompa el frágil equilibrio alcanzado entre cristianos, musulmanes y judíos respecto de Jerusalén y comprometa los esfuerzos de la comunidad internacional y de los sectores democráticos de Oriente Medio para buscar la paz. Qué manera tan burda la de Morales de inmiscuirse en un conflicto milenario para satisfacer sus intereses personales y familiares y los de sus aliados.
Y como no podía ser de otra manera, a nivel nacional también cerró el año de manera vergonzosa. Con tal de plegarse y mantener el frágil apoyo del sector empresarial a su debilitado gobierno, decidió un paupérrimo incremento al salario mínimo para las y los trabajadores (Q.3.26 diarios para actividades agrícolas y no agrícolas y Q.2.98 para maquila y exportación) que deja a 8 de cada diez hogares en la misma situación de pobreza y miseria.
Durante 2017 Jimmy Morales se retrató de cuerpo entero. Ya no solamente terminó de venirse abajo aquello de “ni corrupto ni ladrón”, sino que entró por la puerta grande al salón de la fama de los fundamentalistas, ignorantes y oportunistas.
@MarielosMonzon