LA BUENA NOTICIA
La Biblia
El nombre “Biblia” evoca para nosotros un libro. En realidad es un conjunto de libros, de muy diverso género literario, escritos en distintas épocas, en tres idiomas distintos. Entre la redacción de los textos más antiguos en la Biblia y los más recientes puede haber mil años de diferencia.
La Biblia fue creciendo en un proceso de acumulación literaria, en que libros de más reciente redacción se fueron añadiendo a los más antiguos. Este proceso de consolidación concluyó un par de siglos después de iniciada la era cristiana. No es, pues, de extrañar que los libros de más reciente redacción citen pasajes de los libros más antiguos, dándole así unidad interna a la diversidad.
La Biblia goza, además, de un reconocimiento peculiar. Aunque su origen humano es innegable, los libros de la Biblia gozan de autoridad divina. No son solo libros venerables porque recogen la sabiduría de los antiguos; no son solo libros de gran valor moral por la calidad de sus enseñanzas éticas.
En las comunidades religiosas que los tienen como referencia, los libros de la Biblia se consideran obras de origen divino. La innegable autoría humana evidente en el texto no ha sido nunca obstáculo para reconocer que su producción se debió a una inspiración divina, de modo que Dios se apropió de la palabra de quienes los escribieron y la hizo suya.
De esa cuenta, el libro del profeta Jeremías o la carta de san Pablo a los Romanos son obra de Jeremías, del siglo VI a.C., y de Pablo de Tarso, del siglo I d.C., pero ambos escritos son también palabra de Dios. Los libros de la Biblia se fueron redactando por hombres de Dios, primero en la comunidad de fe de Israel y luego en la comunidad de la Iglesia. Los libros de la Biblia surgieron en la comunidad de fe y revelan su pleno sentido cuando se leen también en el contexto de la fe de la Iglesia.
Los libros de la Biblia escritos en hebreo y arameo son libros sagrados para judíos y cristianos. Los libros escritos en griego son libros sagrados solo para los cristianos.
En ellos encontramos el testimonio de la obra de Dios a favor de la humanidad, desde la creación del mundo hasta la vida y ministerio de Jesucristo y sus apóstoles. En esos libros encontramos instrucción para una vida justa y santa. En ellos encontramos oraciones para hablarle a Dios desde las más variadas situaciones humanas.
Hay en la Biblia relatos que instruyen mientras entretienen al lector; reflexiones densas y agudas sobre la condición del hombre en la tierra. Hallamos también palabras de esperanza y de motivación, que abren el horizonte y la mirada hasta la eternidad. En uno de esos pasajes en que la Biblia se recomienda a sí misma, dice esto por boca de san Pablo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”.
Todo escrito reclama un lector. En este país de escasos lectores, que no le falten los suyos a la Biblia.
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