CON OTRA MIRADA

La casa y el palacio embrujados

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Como lo he expuesto con anterioridad, el carácter de la Arquitectura deriva en fuente de identidad cultural del pueblo que la crea, llegándose a tornar en símbolo de Nación o en símbolo de poder. Así, es fácil identificar una pirámide (sólido geométrico perfecto), como perteneciente a la cultura egipcia, un templo de Atenea, a la cultura griega, o una catedral gótica, a la cristiandad de la Europa Central.  Es posible seguir, entonces, la historia de los pueblos y su evolución, identificando a quienes diseñaron y construyeron esa arquitectura, teniendo, al visitarla, la sensación de palpar el espíritu de su creador.

Localmente hay ejemplos de nuestra historia; desde las primeras culturas precolombinas, pasando por el colonial, republicano, moderno y contemporáneo, hasta hoy.

De la república hay connotados ejemplos, algunos producto de quienes en su afán por dejar testimonio de su paso por el poder, hicieron obra excepcional. Jorge Ubico (1931-44) es particularmente notable. Recién electo presidente, dispuso construir la Casa Presidencial como residencia oficial y espacios para atender asuntos de Estado en un ámbito relajado. Quizás tres cuartas partes del inmueble están ocupadas por instalaciones de seguridad (Estado Mayor Presidencial, ahora SAAS), servicios, estacionamientos, talleres y depósito de gasolina. Alrededor de patios centrales ajardinados hay siete salones para audiencias; seis habitaciones, comedor y cuatro servicios sanitarios. El proyecto estuvo a cargo del ingeniero Rafael Pérez de León, quien diseñó según los cánones de la época, el Art Deco.

En cuanto al Palacio Nacional, hubo varios anteproyectos, dentro de los que destaca uno en la misma corriente del Art Deco. Sin embargo, el seleccionado fue un híbrido ecléctico, como perro callejero, con todas las razas mezcladas, en el que son notorios elementos de la arquitectura antigüeña, a la que el dictador se aficionó. Su autor, el ingeniero Pérez de León.

En términos generales, los guatemaltecos somos convocados cada cuatro años para elegir presidente. Votamos con la esperanza de que sus ofrecimientos de campaña se cumplan y el país finalmente cambie para bien. Sin embargo, a los pocos días de ejercer el cargo, quien quiera sea electo, notamos con desazón que empieza a sufrir cambios de actitud, comportamiento y hasta de modo de caminar. Por muchos años pensé, por lo recurrente del fenómeno, que algún maleficio debía tener aquella arquitectura poderosa y simbólica.

Luego de 36 largos y sangrientos años de guerra interna fraguada dentro de aquellos muros, en diciembre de 1996, en uno de los patios del Palacio Nacional se firmaron los acuerdos de paz, con lo que creí exorcizada cualquier maldición. Luego el Estado tuvo la sensata idea de luchar en contra de viejas estructuras y aparatos clandestinos de poder infiltrados en la administración. Fue cuando empecé a sumar uno más uno y siempre me dio dos. Lo difícil fue encontrar el significado de aquel misterioso resultado.

Ante las recientes evidencias de intolerancia a la crítica y grandes fallos en la toma de decisiones, llegué a determinar que las estructuras de poder subterráneo siempre han estado ahí, y que no importa quién ostente momentáneamente el cargo, el poder real se maneja desde fuera, a través de ese submundo que obedece al sabio manejo de las cuerdas, de un titiritero de postín, haciendo que el país camine como reloj suizo, para beneficio de los dueños del país.

Me alegra saber que no hay embrujamiento de por medio. Nada que un Ministerio Público y una Cicig con apoyo local e internacional no puedan desbaratar.

jmmaganajuarez@gmail.com

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