ALEPH

La Guatemala que no llega

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“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”, dijo Winston Churchill. Frase que deja a Guatemala sin políticos, sin estadistas y sin futuro. El inmediatismo con que la clase política actúa en Guatemala, sumado a la corrupción que pone a gobernar a personas ineptas, sin más vocación que la de saquear al famélico Estado guatemalteco, nos tiene en la calle.

Sumemos a esto un modelo económico que no ha generado vida en dignidad para las mayorías y que ha puesto en tensión al capital tradicional y al capital emergente, al punto de pelearse entre ellos a los posibles candidatos a los cargos públicos de mayor relevancia. Esos capitales, tantas veces tan poco honrados, compran, con bastante antelación, a los operadores políticos que defenderán sus intereses por encima de los intereses y necesidades de la población. Vamos encontrando allí buena parte de nuestros males y la necesidad de una reforma profunda del sistema electoral y de partidos políticos. Sin la ética y la conciencia de país, ¿adónde va nuestra clase política actual? La muerte civil a funcionarios corruptos sería un buen lugar de destino, siempre y cuando no se conviertan luego en empresarios corruptos.

Va a darse de frente con crisis políticas que no puede responder, con desastres naturales para los cuales no está preparada, y con rubros sociales que no logra entender y atender. La clase política no entiende que no entiende, porque casi toda esa gente ha crecido y prosperado a la luz de la oferta y la demanda, no de una visión de país. Esa clase política discapacitada ya solo se entiende entre sí, y ya ni siquiera tiene un lenguaje que la acerque a la población, porque hasta las campañas se volvieron mediáticas y carentes de contenido. Cada día el divorcio entre gobernantes y gobernados crece y se hace evidente en una Guatemala que ya ni siquiera tiene presidente.

Vemos así un gobierno que ante un desastre como el del Volcán de Fuego no tuvo la capacidad de respuesta en el inicio, impidió que llegara la ayuda internacional luego, no ayudó a las poblaciones a sacar ni a sus muertos enterrados a las faldas del volcán, y encima ahora amplía una carretera sobre las que antes fueron viviendas, mientras en bolsas plásticas se van sumando restos humanos. Los mismos funcionarios públicos que han defendido desalojos por el tema de la sacrosanta propiedad privada, ahora bajaron el dedo para aprobar que las máquinas que no buscaron a los familiares pasaran por la propiedad privada de tanta gente afectada. Parece que el derecho de la propiedad privada es un concepto que no aplica a toda la población. En la misma lógica, podemos leer lo sucedido a la comunidad de Chicoyogüito, en Alta Verapaz, que hoy es una base de entrenamiento para las fuerzas de paz de Naciones Unidas. Desde 1968, esa comunidad había sido desalojada y despojada de sus tierras para instalar la antigua zona militar No. 21, donde se cometieron una serie de torturas y crímenes de lesa humanidad durante la guerra que se vivió en Guatemala. Posteriormente, los lotes han sido repartidos a personas del Ejército, sin que vuelvan a sus originales dueños. ¿Dónde las políticas públicas, el tema de una vivienda y un territorio dignos, y la clase política encargada de hacerlas cumplir?

El censo será la herramienta que nos permitirá contarnos, sabernos, visibilizarnos a futuro, diseñar políticas públicas, establecer redes posibles de una nueva ciudadanía. Y debería amarrarse a un catastro, que nos permitiría ordenar el territorio. Frente a ello, necesitamos personas y partidos que se conciban a sí mismos de otra manera, en el marco de la otra Guatemala imaginada. Es tiempo de imaginar y hacer otra Guatemala, pero si no nos acomoda, sigamos con esta, cerremos la puerta, apaguemos la luz y dejémonos morir.

cescobarsarti@gmail.com

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