LA BUENA NOTICIA
La luz de la fe
Desde el lunes, Prensa Libre cambió su formato. Las modificaciones tocaron también esta columna. Por más de 18 años se publicó el domingo, ahora saldrá los sábados. Quienes saben dicen que ese día los lectores son más numerosos, esperamos no perder los del domingo. También ha aumentado de tamaño, para una redacción más holgada. Permanecen sus rasgos esenciales. Nos turnaremos en su redacción monseñor Víctor Hugo Palma, el padre Víctor Manuel Ruano y este servidor. Se conserva el enfoque. Hablar de la realidad humana y social, política y eclesial de Guatemala desde la perspectiva del creyente.
Personalmente intento ofrecer una reflexión que, a partir de un pasaje bíblico que se leerá el domingo en la misa, muestre la razonabilidad de la fe y su contribución al bien común de la sociedad. La fe, cuando se asume seriamente, es capaz de ofrecer un sentido de vida que humaniza y de dar fundamento a la responsabilidad moral del creyente. Eso, a pesar de que tantos que se dicen creyentes son también responsables de delitos abominables y hasta de crímenes inauditos. Pero también, casi todos los que destacan por su bondad, humanidad y santidad, encuentran inspiración y fuerza en su fe.
En la antigüedad cristiana, era común llamar a quienes se habían hecho cristianos por el bautismo con el nombre de “iluminados”. Todavía persiste el nombre de mujer “Iluminada”, de raigambre cristiana. El nombre después degeneró para designar a quienes se sentían iluminados por la adquisición de conocimientos secretos y sectarios o los que procedían de la razón ilustrada.
Pero en sentido cristiano, iluminada es la persona que en su humildad reconoce que ha salido de la tiniebla del error y del mal gracias a la palabra de Jesucristo que nos ama y nos libera con la verdad del Evangelio. Los relatos evangélicos en los que Jesús cura a ciegos son símbolo y parábola de la experiencia cristiana. El más extenso y detallado es el que cuenta el evangelista San Juan.
Se trata de un ciego de nacimiento, como para indicar que nacemos indigentes de sentido de vida y de instrucción moral, incapaces de ver por nosotros mismos. Jesús mezcla saliva y polvo del suelo y unta los ojos del ciego y lo manda ir a lavarse en una piscina conocida en la ciudad de Jerusalén. El ciego va, se lava y recupera la vista. En el enjuague hay una alusión al bautismo, que ha sido desde el inicio el rito por el cual el creyente se deja transformar por el amor de Dios y sella su decisión de vivir desde la verdad de Dios.
Así como el ciego ve y se llena de luz, así el creyente al acceder a la fe por el bautismo queda iluminado por Dios. Sin embargo, el hombre curado debe madurar la fe recibida, debe avanzar en el camino iniciado. Este proceso se realizará a través de un extenso interrogatorio al que será sometido por las autoridades, y que le conducirá poco a poco a reconocer que Jesús es el enviado de Dios ante quien se postrará en adoración.
Este camino del ciego es modelo del itinerario de crecimiento en la fe de todo creyente. Es triste comprobar cómo muchas personas se quedan en una fe infantil, atrapada en rarezas periféricas, objeto muchas veces de la burla y rechazo de quienes llegan a pensar que esa es la fe cristiana.
Hay que pasar por crisis, por interrogatorios, por pruebas, para consolidarla y afianzarla hasta ser capaces de dar razón de lo que creemos y afirmamos. Los creyentes contribuirán al bien común de la sociedad con un pensamiento lúcido y una vida íntegra y coherente si también su fe es robusta.
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