PUNTO DE ENCUENTRO
Las niñas de Guatemala
Esta es una de esas columnas que nunca debió ser escrita, porque nunca tuvo que ocurrir la muerte de 40 niñas en un hogar de “resguardo” a cargo del Estado. Porque las niñas nunca debieron ser encerradas bajo llave en una habitación, y jamás debieron sufrir vejámenes por parte de las personas que tenían la responsabilidad de cuidarlas y protegerlas.
Esta columna nunca debió ser escrita porque en este país no debiera tener cabida la violencia cotidiana contra niñas y adolescentes; porque las niñas y jóvenes no deberían ser violadas, torturadas y maltratadas, y tampoco excluidas y abandonadas.
Esta es una columna que nunca hubiera querido escribir, porque quién quiere referirse a una tragedia de esta magnitud, producto de un sistema fallido, de una sociedad indolente y de un gobierno conducido por un incapaz, que llegó al poder de carambola, y nombró por compadrazgo y deudas de campaña a gente sin las competencias necesarias para coordinar el sistema de protección a la niñez y juventud.
Lo ocurrido el 8 de marzo en el hogar “seguro” Virgen de la Asunción es la consecuencia inevitable de un sistema de exclusión, violencia y desigualdad, que desecha seres humanos por su condición económica, étnica y/o de género; un sistema en donde todo se compra y se vende, y donde las niñas y adolescentes son consideradas objetos y sus cuerpos, mercancía.
Las niñas y jóvenes que son enviadas a los centros de “protección y cuidado” por su condición de vulnerabilidad y también las que están en un centro de privación de libertad por conflictos con la ley penal tienen una historia común de violencia y abandono. Su niñez ha sido marcada por el dolor, el odio, la indiferencia y el maltrato. Son pequeñas que no han tenido acceso a la salud ni a la educación y que han debido enfrentar en sus casas y en las calles de sus barrios el acoso y la violencia sexual. Muchas han resultado embarazadas después de haber sido ultrajadas por sus padres o familiares. Esas son las circunstancias por las que han sido enviadas a un hogar, una muestra sin eufemismos de lo que es ser mujer en Guatemala.
De acuerdo con datos del Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar), en el 2016 hubo 2,504 nacimientos de madres entre 10 y 14 años, todos, producto de una violación sexual. Nacieron 10 bebés de niñas de 10 años; 30 de niñas de 11; 98 de niñas de 12; 464 de adolescentes de 13; y 1,902 de madres de 14 años.
Ellas son las niñas de Guatemala, las invisibilizadas, las que aparecieron de pronto frente a nuestros ojos después de la brutalidad de un incendio; ellas son las pequeñas que fueron encerradas e institucionalizadas en un sistema que nunca garantizó ni su protección ni su reinserción, pero que sirvió para esconderlas, castigarlas y revictimizarlas. Ellas son el producto de la indiferencia y la naturalización de la violencia y el machismo. Hoy nos hacen falta 40, y por ellas exigimos justicia, no puede haber impunidad frente a lo ocurrido. Pero nos quedan miles más por quienes debemos exigir una transformación profunda del sistema.
¿Cuántos gritos y súplicas eran necesarios para abrir una puerta y dejarlas salir? ¿Cuántos días al frente del gobierno eran suficientes para detener los vejámenes y maltratos? ¿Cuántas denuncias se requerían para frenar los abusos y garantizar un sistema de protección integral? Todas son preguntas en pasado. Hoy debemos preguntarnos también qué hay que hacer para que se abra la puerta y nuestras niñas puedan salir del infierno de la violencia, el acoso, la desigualdad y la exclusión.