TIERRA NUESTRA
Las oligarquías no son eternas
Octavio Paz expresó con impecable sabiduría las siguientes palabras: “Nos hace falta en dosis iguales, la imaginación política y la sobriedad intelectual. América Latina es un territorio plagado de retóricos o de violentos, dos formas de soberbia, dos formas de ignorar la realidad”. Octavio Paz pidió a nuestros pueblos, además, tener el valor para vernos en el espejo sin miedo y con serenidad. Guatemala vivió el horror de un conflicto armado que dejó para siempre una huella implacable de dolor y frustración en nuestra memoria colectiva. Sacrificio enorme contrastado con una lacerante realidad, porque de todas formas nuestro país no logró instituir un régimen político democrático, un sistema de justicia independiente y un modelo económico que permitiese a las mayorías alcanzar niveles de vida dignos, más humanos y mucho más equitativos.
Los guatemaltecos llevamos muchos años intentando instituir una verdadera democracia en el país. Pero todo intento ha fracasado por dos razones elementales: 1. El poder oligárquico a perfeccionado todos los mecanismos de dominación posibles, frenando en definitiva la urgente transformación del país. 2. Paralelamente nuestro pueblo no encuentra los medios para construir una unidad nacional consistente y permanente, que concrete por todos los medios posibles, la desarticulación del actual modelo económico-político, que se niega a morir y que resiste a toda costa cualquier tipo o intento de transformación.
Ese poder oligárquico se ha caracterizado por acumular utilidades a través de la evasión fiscal, la cooptación del Estado para la apropiación ilegal de los fondos públicos y la reiterada preservación de un modelo laboral que impide por la vigencia de míseros salarios, un mejor nivel de vida para millones de trabajadores pobres. Por esa misma razón, sabiendo que toda reforma pretende alterar ese secular modelo de dominación y explotación, ha rechazado mediante todo tipo de artimañas la vigencia de una nueva ley electoral y de partidos políticos, el reconocimiento del derecho consuetudinario indígena y las reformas constitucionales para establecer un verdadero e independiente sistema de justicia.
Este modelo ha generado como producto de su perversa caracterización, una diferenciación social sin precedentes. El capital y los principales recursos naturales están bajo dominio y posesión de no más del 10% de la población, lo que hace imposible alcanzar un régimen político democrático y un modelo económico incluyente, progresista y de avanzada. La pobreza está creciendo en forma alarmante, degradando el nivel de vida de millones de guatemaltecos. Ya lo expresó el escritor mexicano Carlos Fuentes: “La pobreza produce conflictos y los conflictos agudizan la pobreza”. Urge una profunda transformación en el país.
Hacer un llamado a ese poder oligárquico para que se sume a la reforma estructural de Guatemala es inútil. Con hecho tras hecho ha demostrado su reaccionaria y conservadora forma de interpretar la realidad. La transformación de Guatemala, sólo podrá darse a partir de que su pueblo se organice mejor y más comprometidamente. Podrá darse con una mayor y más contundente participación social. Los grandes problemas nacionales se están potenciando y los desafíos impactarán con contundencia a muy corto plazo. Más conflictividad y confrontación complican la vida social. Pero si este es el único recurso que le queda a un pueblo desesperado, indudablemente será el camino a recorrer para alcanzar las postergadas transformaciones que el pueblo exige y que el poder oligárquico jamás permitió.
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