ALEPH
Lo que el año se llevó y dejó
Este año se llevó vidas, intenciones democráticas y sueños de país libre. Y lo mismo nos deja, porque de eso va nuestro breve tiempo en la tierra: de despedidas y bienvenidas, de encuentros y desencuentros. En el 2018 vi partir a mi gran amigo Édgar Pereira, compañero de caminatas matutinas y maestro en cuestiones de política y ética, pero su hija Sandra es ahora mi maestra de yoga. Vi partir a Margarita Carrera, mujer y escritora que marcó mi vida definitivamente y muchas otras a lo largo de la suya, tan intensa y prolífica, pero sus obras salen a mi encuentro todo el tiempo.
Se fue Carlos René García, hombre de la cultura hasta el último de sus alientos, pero con nuestro gran amigo común, Max Araujo, lo trajimos a nuestra conversación mientras comíamos el tamal de navidad y admirábamos el tradicional nacimiento guatemalteco. Partió Juan Ramón Ruiz, uno de aquellos seres de sonrisa interminable y convicciones profundas, pero están brillando los hombres y mujeres jóvenes que están haciendo la nueva Guatemala. Ninguno indiferente a la vida, todos tercos de la esperanza en un país que no da tregua.
Este año se llevó también miles de vidas más en la erupción del Volcán de Fuego; en el corredor seco, donde la desnutrición parece no terminar nunca; en los hospitales públicos, que no se dan abasto; en las comunidades con poco o ningún acceso a los servicios y en el éxodo al norte de miles de centroamericanos. Las últimas dos partidas fueron las de Jakelin Caal, de 7 años, y de Felipe Gómez, de 8 años, ambos muertos en la frontera estadounidense, prisioneros de Estados que —desde antes de su concepción— los abandonan, los encierran o los condenan a morir sin que la esperanza se haga realidad en sus vidas. Sin embargo, miles siguen luchando y trabajando por hacer de Guatemala algo distinto, para que nadie quiera irse de aquí a la primera, para que la democracia y la solidaridad sean posibles.
El #Pacto de Corruptos, conformado principalmente por personas de la clase política y el sector económico, lo ha intentado todo para arrodillarnos. Pero no estamos derrotados. Nos han querido dejar sin aire, sin país, sin voz y sin sueños, pero no es una esperanza ingenua la que nos sostiene, sino la certeza de que algún día seremos el país que queremos. A partir de diciembre del año 2017 comenzaron los cambios en el gabinete de gobierno, así como los pulsos en un congreso secuestrado y los cabildeos en Washington de una parte del poder económico, en su intento por restaurar el viejo orden de corrupción e impunidad que comenzaba a agrietarse. Pero las grietas no se cierran fácilmente y por ellas seguiremos entrando a los espacios que nos han sido vedados.
Entiendo que es más fácil sentir que pensar y, en consecuencia, es más fácil sentir la derrota a la que este gobierno y sus patrones nos han querido someter que pensar cómo abrir las puertas que aún no se han abierto para la mayoría de guatemaltecos. Sin dejar de leer y aprender de nuestra historia, parece que lo que toca es vivir la Guatemala del ahora. Tenemos el suelo sembrado de huesos y nuestros relatos habitados de dolor, pero no somos solo eso.
Frente a la muerte, siempre la vida. No somos solo desesperanza, no somos solo indignación, no somos solo sangre y sufrimiento, no somos solo rabia. Estamos redefiniendo nuestra voz en un presente que —ojalá— nos permita ser una Guatemala distinta, y no solo ser el espejo de lo que este #Pacto de Corruptos quiso hacer de nosotros en el 2018 y antes. “El lugar lógico para encontrar una voz de otros tiempos es un cementerio de otros tiempos!”, dijo Lovecraft. Así que le apuesto a buscar nuestra voz de hoy en la Guatemala de hoy, la que nos llevará a un 2019 electoral convulso y difícil, pero con nosotros de pie, hasta el final.
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