ECONOMÍA PARA TODOS

Lucha contra la corrupción

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Desde que se realizó la Independencia, el 15 de septiembre de 1821, ha habido actos de corrupción. El primero fue una colonización por un ciudadano británico llamado Gregor MacGregor, que se apoderó de la Isla de Roatán y obtuvo un permiso para colonizar 122,000 kilómetros cuadrados en la zona de Los Misquitos, en Nicaragua, territorio al que le dio el nombre de Poyais. Obtuvo un crédito de un banco londinense y colocó acciones. Fue un fracaso.

Desde ese entonces hasta la época actual, en Guatemala han aparecido muchos casos de corrupción.

La lección inaugural de la Universidad del Istmo de Guatemala, el 13 de febrero de 2018, llevó por título La experiencia de la transparencia. El rol de las empresas y la industria en la lucha contra la corrupción.

La expositora fue la doctora Reyes Calderón Cuadrado, decana y profesora de Gobierno Corporativo de la Universidad de Navarra. Doctora en Economía y Filosofía, miembro de Comités de Auditoría de Consejos de Administración de empresas que cotizan en Bolsa. Se ha especializado en el estudio de las mejores prácticas en gobierno corporativo y en el análisis de las estrategias anticorrupción y transparencia.

Sobre estos temas ha publicado varios libros y artículos en revistas, y además es autora de novelas de misterio. Casada, con nueve hijos.

Seguidamente un extracto de su exposición.

Debo confesarles, en amor a la honestidad, que me presento ante ustedes con el corazón partido.

Por un lado, estoy triste. El motivo de mi tristeza no es otro que el tema sobre el que va a versar mi disertación. Me hubiera gustado hablar del futuro prometedor de Guatemala, de su ubicación estratégica, de su creciente economía… de un país bendecido no solo por la naturaleza, sino también por una población joven, que, gracias a tantas escuelas y universidades, está cada vez mejor preparada. En vez de eso, me presento… para hablar de una realidad triste, pero realidad, al fin y al cabo. Me refiero a ese mal endémico, extremadamente dañino, venenoso, que se llama corrupción. La literatura científica y todos los análisis estadísticos certifican que se trata de una plaga, vieja como el diablo y dañina como el cáncer. Un azote que continúa emponzoñando la vida de nuestras sociedades, tanto en países desarrollados como en desarrollo.

No obstante lo dicho, y simultáneamente, debo decirles que estoy contenta y eso precisamente porque inauguramos un nuevo curso hablando con libertad de anticorrupción. Hubo un tiempo en que, como ocurría con los abusos a menores o el maltrato doméstico, no se podía hablar de corrupción. No se admitía: era un tema tabú.

Hoy, la sociedad habla abiertamente de ella; se escriben y publican artículos, se organizan simposios. Gobiernos, organizaciones no gubernamentales y los más prominentes organismos internacionales, incluyen la anticorrupción como tema destacado en sus agendas.

Hasta el nuevo pontífice de la Iglesia Católica —institución a la que en el pasado se tildó de la gran ausente en este debate— ha hecho de la anticorrupción punta de lanza de su catequesis, bajo el convencimiento de que una concepción cristiana de la vida es incompatible con prácticas de corrupción; bajo el convencimiento de que, y cito textualmente al papa Francisco: “La corrupción impide mirar al futuro con esperanza, porque su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que anida en los gestos cotidianos para expandirse luego en los escándalos públicos”.

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