ALEPH

Margarita, para siempre

|

Hay gente que nunca se va, aunque se vaya. Gente que se queda en las palabras, en los abrazos, en nuestra memoria, en las paredes de su casa, en la vida de otra gente o en las hojas amarillentas de los libros que escribió y leyó (y aún en los que jamás siquiera abrió pero tenía allí, al lado de su cama, para recordar la angustia).  Hay gente así, que nunca muere, aunque muera. Como Margarita Carrera.

Margarita está viva en sus libros, en las aulas donde tantas y tantos tuvimos la dicha de aprender de la maravillosa helenista y humanista que fue, en la risa de una infinidad de historias y complicidades compartidas durante décadas. Nunca olvidaré cuando le pregunté, en el año 2006, qué era lo que le gustaba más de sí misma, y me respondió: “sentir y gozar la vida”. A sus 88 años, Margarita murió la semana pasada, un día quieto de marzo, rodeada y cuidada por su gente querida, en su casa, en su cama. Y el problema, realmente, no es que haya muerto; la vida y la muerte son gemelas inseparables. El problema es que una, con todos sus apegos, se atreve a extrañar a aquella mujer fuerte, de pensamiento amplio y risa franca, inquieta y tenaz, que se atrevió a dudar muchas veces de sí misma, a nombrar mundos innombrados, y que supo transitar fuera de las estrechas cajas mentales y vitales de la Guatemala que conoció. Mantenerla viva, entonces, será cuestión de buscarla en la memoria, en sus innumerables obras y escucharla allí, reconocerla allí.

En una columna que le dedicara hace algunos años, justo cuando le otorgaron la Medalla Universitaria, escribí que Margarita tenía nombre de flor y un apellido que desafiaba al tiempo. Por razones que pueden leerse en su biografía, ella se quedó en Guatemala mientras otras personas salían al exilio durante la época de la guerra que aquí se vivió. Sin embargo, vivió intensamente y desafió siempre las convenciones y el tiempo. En el mismo artículo que menciono, comparto que ella fue primera en muchas cosas, aunque siempre la última en reconocerlo. Margarita fue la primera mujer graduada en la carrera de Letras de la Universidad de San Carlos en 1957, y también la primera mujer que entró, en 1967, a la Real Academia de la Lengua como académica de número, cuando Don Alberto Velásquez la propuso para tal cargo. Mientras que en España, México y otros países de habla hispana no se dignaban a nombrar mujeres para conformar esa institución, Guatemala fue el país que marcó un hito en ese sentido. Años después, Carmen Conde sería nombrada en España.

Siendo una quinceañera, vivió la Revolución del 44; aquellos aires de libertad y cultura, fueron un resorte para su escritura. Trabajó desde muy joven y tuvo la oportunidad de compartir con grandes escritores y artistas que despertaron en ella muchas inquietudes. Desde entonces publicó más de 25 obras en los géneros de la poesía, el ensayo, y la biografía novelada, además de cientos de columnas periodísticas. Por supuesto que cuando una le recordaba lo valioso de toda esta producción, ella respondía: “Imagínese toda la basura que he escrito”. Esto me recuerda una anécdota que ella contaba, sobre la vez que le había dicho a su admirado Borges: “Usted es Homero”. Borges le respondió entonces con una pregunta: “y usted, ¿quién es?” Y ella, recordando a Odiseo, dijo: “Nadie”.

Vuelvo al día de su funeral, luego del homenaje que le hiciera la Academia Guatemalteca de la Lengua. Alguien se me acercó a preguntar: ¿Qué habría dicho Margarita si supiera que el día de su entierro murió el genocida Efraín Ríos Montt? Le dije: “No sé”. Pero me gustaría pensar que ella respondería con estos versos suyos de Iracundiae Dea: “Desde mi soberbia y recia voz de fuego/desde mi sangre y mi cuerpo y mi alma y mi tiempo/desde este aquí de la patria maldita/…/Desde mi barca a la deriva desde mi tormenta/ desde mi mar desde mi tierra desde mi montaña/desde mis huesos alzo la voz y el sueño y la pesadilla/…”. Hasta siempre, querida Margarita.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR: