Borges y el poder del escándalo

Margarita Carrera

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Esto es, está el Borges que escribe (que se sale de este mundo para penetrar en  su mundo fantástico que encierra la más profunda de las realidades: la del sueño, su sueño, que es  el sueño de todos), y el Borges que simplemente vive, camina, come, pasea y observa las cosas de la realidad externa, un zaguán, una puerta, etc.

¿Cuál de los dos Borges es el de las entrevistas? Rodolfo E. Braceli, en su obra Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo, declara que  descubrió  al “tercer Borges”, al  de la infamia y  al  de las escandalosas entrevistas.

Salvo la natación, practicada en su adolescencia, nos dice Braceli, Borges no ha practicado deportes. Pero “después de los sesenta años, y cada vez con mayor énfasis, se ha dedicado a la práctica de un deporte de algún modo más peligroso que el automovilismo, y el boxeo: el de las entrevistas periodísticas. En los últimos años se ha prestado para las entrevistas más inverosímiles y a los cuestionarios más agresivos, o más espantosamente triviales”. Esto es, Borges se ha prestado para provocar escándalo y llamar la atención. Por los años de 1960, Borges no era tan admirado y leído y se discutía sobre si su literatura valía  la pena. Se le miraba como a otro de los muchos escritores hispanoamericanos, omitiendo estatura.

Hoy, la postura de Borges dentro de la literatura  ha cambiado. Aunque haya  una gran cantidad de escritores y lectores que no lo quieran y lo critiquen, ninguno se atreve a poner en duda su genio. ¿Qué lo ha llevado a la  fama: su prodigiosa obra literaria a los escándalos que arma cada vez que se le hace una entrevista? Si estamos de acuerdo con él, en que “la mayoría de la gente es tonta”, afirmamos  que es lo segundo.

Porque Borges, en sus entrevistas, tiene una valentía sin límites: se atreve a decir  lo que piensa y siente; jamás lo que le conviene. Si se hubiese adaptado a contestar, de manera decorosa, ya le hubieran otorgado el Premio Nobel. Pero no, él goza dando las respuestas menos esperadas y sacando de quicio a los lectores y escritores que pretenden tener una ética y calidad humana ejemplares.

Oyendo las respuestas de Borges  nos lo imaginamos sentado frente a un psiquiatra que quiere penetrar en lo profundo de su alma. Sus respuestas son audaces, espontáneas, no sacan ni a un “segundo” o “tercer” Borges, simplemente revelan con ingenuidad de un niño,  más bien con su astucia y veracidad, su mundo inconsciente de todo humano. Va, por ello, más allá de toda ética, de toda moral.

Para Borges lo único que vale de  la literatura española es Cervantes y Quevedo; no es extraño, entonces, oírlo decir que Unamuno es “insoportable” y que no se explica cómo “absurdamente aspiraba a seguir viviendo”. Pero no se detiene allí, también arremete contra García Lorca: “Me parece un poeta de utilería, era un andaluz profesional… Ciertamente la muerte lo favoreció… Creo que en definitiva solo sirvió para que Machado escribiera un poema admirable”.

Sobre la guerra y  la muerte, le preguntan: “¿Usted justificaría que se matara a un hombre como Pablo Neruda porque piensa distinto de usted?”, contesta: “Por supuesto; además, Neruda también justificaba la muerte como yo… Desde el momento en que era comunista apoyaba las muertes que producían los rusos”.

Esas respuestas ¿no son para hacer rabiar a sus enemigos y asustar a sus amigos? De todas formas, son valientes. Él sabe cuánto pueden perjudicarlo, pero parece no importarle. Goza con decir su verdad y nada más que su verdad. Así logra manejar el poder del escándalo y con él hacerse aún más famoso de lo que es.

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